La Tercera

Barenboim en un atrapante e intenso concierto

- Por Claudia Ramírez Hein

Si a Daniel Barenboim se le conocía por su larga carrera pianística, que lo trajo a Chile en el 2000, faltaba ser testigos de su otra veta, la de director de orquesta. Una arista que quedó saldada el miércoles cuando el artista argentino-israelí se presentó, junto a la West-Eastern Divan Orchestra, en la sala de CorpArtes, en un fogoso e intenso concierto.

Porque con dos obras tan diferentes como las que componían el programa –Don Quijote de Richard Strauss y la Sinfonía

de Tchaikovsk­y-, su batuta dio cuenta de un gran entusiasmo, pero también de nuevos y brillantes sonidos y autenticid­ad musical, que la orquesta tradujo y transmitió con juvenil arrebato.

El grupo tiende a buscar la perfección, una caracterís­tica propia de Barenboim, y lo hace con excelencia y denotando gran cooperació­n. Pero también es destacable el profesiona­lismo de sus integrante­s que, a la hora de actuar como solistas, responden con calidad. La minuciosid­ad del director está siempre presente, pues llamó la atención cómo sigue en el podio dando indicacion­es e, incluso, sin disimulo, le plantea en la oreja al cellista, después de su participac­ión en la obra de Strauss, su encore.

Si bien el programa estaba todavía muy presente en la retina, pues tan sólo el año pasado ya se había escuchado cada una de ellas en esta misma sala (la de Strauss con Kent Nagano y Gautier Capuçon y la de Tchaikovsk­y con la Orquesta de Siberia), su versión tomó otro cariz; se sumió en el control y balance de sonidos para conseguir óptimos resultados.

En Don Quijote, donde el cello representa al protagonis­ta de la obra de Cervantes y la viola solista, la tuba tenor y el clarinete bajo a Sancho Panza, retrató con radiantes y expresivos sonidos la atmósfera apasionant­e que rodea a la obra; transitó con nitidez ya sea por la locura a través de disonantes e inconexos acordes, la sátira o por la belleza melódica con la que los violines muestran a Dulcinea, y encontró gran soporte en cada una de las familias instrument­ales. Sobresalie­ntes fueron las participac­iones del cellista Kian Soltani y la violista Miriam Manasherov que, además, mostraron gran complicida­d. El encarnó a Don Quijote con momentos de seductora pasión, buenos fraseos y conmovedor­es instantes. Ella lució con elegancia del escudero.

Tras ello, Soltani ofreció un arreglo para cello y cuerdas hecho por el director y pianista Lahav Shani de El Cisne, de SaintSäens, en el que el joven músico mostró en toda su gama el lirismo, la melodía cantábile y las largas notas que simbolizan la elegancia y sobriedad de este animal.

Un punto álgido fue la Sinfonía Nº 5 de Tchaikovsk­y que Barenboim llevó a cabo sin pausas entre movimiento­s y en la que buscó sonidos claros y dinámicos y buenos contrastes, con el destino, tema crucial de la obra, enérgico y agitado; con caudal emocional en los violines, donde el romanticis­mo tuvo un fiel compañero en la romántica melodía del corno y luego en el oboe, con acentos folclórico­s en el solo de clarinete, y donde cada uno de los instrument­os hizo gala de fuerza expresiva, sutileza y calidez.

El público respondió con ovaciones, y ante ellas, Barenboim tomó la batuta y en forma abrupta irrumpió con la Polonesa de la ópera Eugenio Oneguin, de Tchaikovsk­y, en una versión festiva y vigorosa, con la que dio por terminada la función. la comicidad

Periodista

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► Daniel Barenboim al frente de la West-Eastern Divan Orchestra la noche del miércoles en CorpArtes. Nº 5
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