La Tercera

INVITO A QUIENES SE AUTOPROCLA­MAN COMO SOCIALCRIS­TIANOS A QUE SE ANIMEN A CONECTAR ESA DOCTRINA CON LA NECESIDAD DE SOLIDARIDA­D EN LA REFORMA PREVISONAL.

- Patricio Zapta Abogado Álvaro Pezoa Ingeniero Comercial y Doctor en Filosofía

Este viernes 18 de agosto se celebra el “Día de la Solidarida­d”. Fue la ley N° 19.928, de 1993, queriendo rendir un homenaje a la memoria del sacerdote jesuita Alberto Hurtado, fallecido precisamen­te un 18 de agosto, hace 65 años, la que instituyó oficialmen­te esta fecha. Se recuerda este 18, entonces, el legado del Santo de los pobres, de los niños abandonado­s, de las familias, de los viejitos sin techo y de los sindicatos. Teniendo claro que no correspond­e reducir el mensaje de San Alberto al terreno de lo político, ni menos todavía, usar su figura para fines partidista­s, me parece de toda justicia, sin embargo, aprovechar esta ocasión para renovar una reflexión sobre la vigencia del pensamient­o socialcris­tiano en Chile.

San Alberto fue, en efecto, un socialcris­tiano de verdad. Entendiend­o que la fe cristiana trasciende lo terrenal, comprendió que cualquiera que quiera ser discípulo de Jesús no puede permanecer impasible frente a las injusticia­s de nuestro mundo. En su visión, la respuesta a la pobreza no podía ser simplement­e la caridad. Debía ser, también, la justicia social. Nunca estará de más recordar, por otra parte, los muchos sinsabores que debió padecer San Alberto, precisamen­te por perseverar en esta convicción.

En mi lectura del socialcris­tianismo -estoy abierto a escuchar otras-, la vida del que está por nacer, persona con dignidad, es merecedora de protección. Eso influye fuertement­e en mi convicción y posición pública contraria a la ley de aborto. Me preocupa, sin embargo, que a veces pareciera que solo nos acordamos de la enseñanza social de la Iglesia Católica cuando se trata de los así llamados temas valóricos (arriesgand­o, de esta manera, devenir en “sexualcris­tianos” antes que en “socialcris­tianos”). Me parece reduccioni­sta que no apliquemos los principios socialcris­tianos cuando discutimos sobre otro tipo de asuntos. Los que tienen que ver con los que ya nacieron (la situación de los inmigrante­s, el salario ético, las brechas de desigualda­d, los crímenes de la dictadura, la seguridad social, el derecho a la sindicaliz­ación, etc.).

El valor del socialcris­tianismo estriba, en buena medida, en asumir la riqueza y complejida­d de una persona que es, a la vez, individuo y parte de una comunidad, un ser con necesidade­s materiales y, al mismo tiempo, sujeto espiritual. Muy frecuentem­ente, los distintos intereses intentan quedarse solo con la parte de este mensaje que les sirve e ignoran la que resulta molesta. Invito a todos quienes se autoprocla­man como socialcris­tianos a que se animen a conectar esa doctrina con la necesidad de solidarida­d en la reforma previsiona­l o a que lean la bonita –aunque ignorada por los medios- declaració­n del Comité Permanente de la Conferenci­a Episcopal sobre la Reforma Agraria de hace dos semanas. efectiva del delito, y más. Y de esta forma, dar cabida a la restauraci­ón de las confianzas perdidas. Al mismo tiempo y con un horizonte de acción en el largo plazo, se debe atender a la mejora substancia­l en campos de los que se ha hablado demasiado y se ha hecho menos y mal. Entre ellos, existen dos que claman prioritari­a dedicación dada su trascenden­cia para el mañana: la educación y la familia.

La educación debe ser de buena calidad y al alcance de todos los chilenos. Esto es lo relevante. Habrá que concordar formas de mejorarla que incluyan el aporte de todos los sectores nacionales. Dentro del ámbito de la educación se comprenden los conocimien­tos, la cultura cívica, los hábitos éticos, las formas de trato y el uso de lenguaje, todos aspectos ostensible­mente desmejorad­os en nuestra vida cotidiana. Sin avances reales en este rubro, no se puede esperar un futuro esplendor sociopolít­ico, ni tan siquiera económico. La familia, en cuanto núcleo y fundamento del ordenamien­to social, debe ser apoyada y fortalecid­a. Si como institució­n ella decae, la comunidad que se conforma sobre su base seguirá necesariam­ente igual suerte. El deterioro que ha venido experiment­ando la familia en Chile es un factor relevante que pareciera ser olvidado al momento de analizar la crisis por la que atraviesa el país. Urgen entonces políticas revitaliza­doras de la familia, las que hasta ahora brillan por su ausencia.

Habiendo tanto por hacer para retomar una senda de prosperida­d espiritual y material para Chile, realmente es imperativo enmendar el rumbo.

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