LOS CHILENOS HAN DADO SEÑALES DE QUERER UN GOBIERNO QUE HAGA INFORMES DE PRODUCTIVIDAD, LOS LEA Y LOS APLIQUE. NO PARECE SER PEDIR DEMASIADO.
Este concepto, el de la productividad, es un signo de nuestros tiempos, un mundo globalizado en que la competencia se ha elevado a niveles planetarios, hace que todos busquen obtener el mayor rendimiento al menor costo, porque en alguna parte hay alguien que lo está intentando, probablemente con éxito. Este gobierno ha criticado reiteradamente a la gestión que le antecedió por, supuestamente, no haber hecho nada para incrementar la productividad de nuestra economía. El mensaje implícito parece ser que el efecto de sus reformas es secundario, en el esfuerzo orientado a que nuestra economía vuelva a crecer.
Con el ingreso de la reforma previsional adquirió un enorme protagonismo esto de la productividad, porque el Ministerio de Hacienda acompañó al Congreso un informe que, haciéndose cargo de los efectos de dicha iniciativa, augura que pueden destruirse hasta casi 400 mil empleos. Obviamente el impacto fue grande, porque cuesta entender que se presente un proyecto sabiendo que este puede tener este efecto devastador sobre los trabajadores, especialmente si su finalidad central es mejorar las pensiones.
Pero el problema mayor vino cuando la Presidenta de la República reconoció que no había leído dicho informe de productividad, pero que creía que sus efectos no eran “tantos”. Luego de lo cual el propio ministro de Hacienda dijo que él lo habría redactado de otra manera. De manera que habría que asumir que tenemos dos problemas: el que se generará con la reforma misma y otro, tanto o más grave, que es el de la productividad del gobierno. Porque parece difícil que su gestión sea realmente productiva si no existe un mínimo de conocimiento de sus propios documentos y estudios.
Al final del día el episodio es un buen ejemplo de los males que han afectado a esta administración y que se pueden resumir en exceso de intenciones –a estas alturas ni siquiera me atrevo a calificarlas de buenas- con falta de rigurosidad en los instrumentos y la gestión. Los gobiernos también tienen que hacer esfuerzos de productividad, eso es obvio, y la política tiene una dimensión simbólica que es fundamental. En esa línea, el impacto del espectáculo que dieron las autoridades es devastador a la hora de recuperar la imagen de un Estado que hace las cosas bien y que puede pedir productividad, con la autoridad que da predicar con el ejemplo.
Los chilenos parecen estar un poco cansados de las buenas intenciones, cuando no van acompañadas de los medios para volverse realidades concretas; el sano equilibrio entre esas buenas intenciones y la capacidad de materializarlas se perdió por un rato, en gran medida por el crecimiento de un discurso quejoso, de una calle vociferante y de un liderazgo político que todo lo canaliza hacia “sueños”. Han dado señales de querer un gobierno que haga informes de productividad, los lea y los aplique. No parece ser pedir demasiado.