No tinc por (No tengo miedo)
Más de cien mil personas concurrieron sin banderas ni signos de ninguna naturaleza el pasado viernes 18 de agosto a la Plaza de Catalunya en Barcelona, a metros de -donde en horas previas- habían sido brutalmente asesinadas 13 personales naturales de Alemania, Bélgica, Portugal, Estados Unidos, Francia, Australia, Argentina, Colombia y España. Los autoconvocados querían rendir un homenaje, recordar con dolor y esperanza a las víctimas inocentes. La verdad sea dicha, es que pudo ser cualquiera de los habitantes de este mundo. “No tengo miedo” fue el grito de repudio, de afirmación democrática que surgió desde el alma, luego de un minuto de silencio en recuerdo de las víctimas. Sí, un espontáneo “no tengo miedo” que aunque parezca una contradicción busca vencer al miedo, y que es también una notificación a los terroristas de no decaer y de negar el intento de consumar la conculcación de la libertad, de la democracia. A miles de kilómetros de distancia, debe ser también nuestro grito, porque es también nuestra libertad y democracia, porque también -y es bueno saberlo y decirlo- no hay lugar en el mundo donde pueda sostenerse que “aquí no pasará jamás”. Qué habrá ocurrido en la mente de los jóvenes yihadistas, algunos incluso sin historial de violencia; cómo habrá influido en ellos el adoctrinamiento de un clérigo radical, que terminó por convencerles de ser autores principales de una matanza, convirtiéndose en símbolos del terror y en definitiva llevándolos a su propia muerte. Sin embargo, como lo dijo Mario Vargas Llosa en un artículo de reciente publicación, “los fanáticos nunca