Jorge Burgos
van a ganar la guerra. La matanza de inocentes será una poda, y las viejas Ramblas seguirán imantando a la misma variopinta humanidad”.
Nuestra patria ha sabido, otrora, del terrorismo, tanto como del perpetrado por el Estado como del que reivindica causas ideológicas y políticas y que pretende alzarse en tomar una falsa justicia por mano propia. Ambos tipos de terrorismo fueron, llegada la democracia, enfrentados por el Estado de derecho, con éxito investigativo y sancionatorio, evitándose en buena medida la siempre anhelada impunidad que buscan sus autores materiales e intelectuales. Incluso, en los últimos años hemos tenido episodios que buscan provocar terror, provenientes en un caso por grupos anarquistas -con singular efectividad en su desarme por el Ministerio Público y las policías-, y en el otro, en que la causa remota que se reivindica se vincula al injusto trato que el Estado ha dado a nuestros pueblos originarios. Por cierto que los hechos, los efectos y los objetos del delito no son comparables con lo que ocurre en otros lugares del mundo. Pero qué duda cabe que es indispensable estar atentos a cualquier germen del miedo. Ello requiere, entre otras cosas, saber llamar las cosas por su nombre y no huir de la necesaria calificación de los hechos.
Siempre será indispensable ser capaces de establecer las condiciones políticas, económicas y sociales destinadas a eliminar cualquier pseudo justificación de la violencia, pero aquello no puede importar ser pasivos en la persecución -con los instrumentos de la justicia- de todo atisbo de delito terrorista, aun a sabiendas de las dificultades que trae “este enemigo innoble y sinuoso”, que no da la cara.