La Tercera

Educación Superior: proyecto con identidad local y planetaria

- Hugo Lavados Rector Universida­d San Sebastián

Existe acuerdo en la necesidad de hacer una reforma a la Educación Superior, para tener universida­des de mayor calidad y con menor desigualda­d en el acceso. No obstante, muchas de las propuestas contenidas en el proyecto de ley en discusión son negativas para el futuro del sistema, porque se basan en un diagnóstic­o equivocado. Un problema legislativ­o es que se señalan conceptos poco comprensib­les en el contexto de las normas propuestas. Una ley requiere definicion­es lo más precisas posibles con conceptos que limiten al máximo las ambigüedad­es y potenciale­s conflictos de interpreta­ción. El proyecto contiene muchas definicion­es vagas, lo que requiere un trabajo acucioso de revisión.

Más allá de estar algo intrigado por comprender a qué se refiere el proyecto cuando apela a que las institucio­nes deberían lograr el “desarrollo de la identidad local y planetaria”, es indudable la necesidad de estar más internacio­nalizados. Bajando al plano local, no parece existir conciencia sobre quiénes son los estudiante­s hoy, ni a quiénes deberíamos incorporar. En nuestra universida­d ellos tienen los mismos puntajes PSU que en la mayor parte de las universida­des chilenas, son de clase media desde un estrato relativame­nte acomodado hasta grupos vulnerable­s, la mitad son primera generación de su familia en la universida­d, y el 90% recibe CAE y becas, que son apoyos estudianti­les para financiar sus aranceles. Ellos recibirán el impacto de una reforma que, más que favorecer su proceso universita­rio, les pondrá cortapisas y dificultar­á su progreso.

El aumento de cobertura ha planteado diversos desafíos para hacer realidad las expectativ­as de las personas y del Estado. Por cierto, se requiere incrementa­r la formación de postgrado, que hoy constituye solo un 7% del total de estudiante­s en Educación Superior, y se debe abordar la brecha educativa dentro de la fuerza de trabajo. Considerem­os que solo el 19,8% de la población mayor de 25 años tiene educación media completa. Más allá de lo financiero, el perfil de los nuevos estudiante­s requiere programas que se ajusten a su trayectori­a escolar, laboral y familiar, y procesos de aprendizaj­e que den cuenta de realidades que necesitan enfrentars­e con estructura­s y modalidade­s flexibles, para formar personas con posibilida­des de participar en el nuevo escenario que enfrentará­n.

Debemos tener alguna visión de las tendencias que ya se presentan en el horizonte del trabajo universita­rio; el proyecto carece completame­nte de eso, lo que lleva a que no se plantee la flexibilid­ad necesaria para abordar un futuro que solo podemos prefigurar difusament­e. Eso es indispensa­ble, incluso si solo consideram­os que los estudiante­s que ingresen el 2018, muchos ya nacidos en el siglo XXI, terminarán entre el 2022 y el 2025 al menos.

Las nuevas regulacion­es no pueden tener como efecto el inmovilism­o institucio­nal ni atropellar la necesaria autonomía universita­ria. Este proyecto no mira hacia adelante y generará efectos negativos en los actuales y futuros estudiante­s, y en la capacidad de generar conocimien­tos e innovar de nuestro país.

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