La peste de las películas previsibles
Samuel Goldwyn, uno de los legendarios productores de la época dorada de Hollywood, judío que venía de Polonia y que nunca aprendió bien el inglés, por lo cual sus temeridades verbales lograron acuñar un repertorio genial de frases sin sentido pero ontológicamente muy certeras (tipo “el hospital es el peor lugar para estar enfermo”), destrozaba l as pel í c ul a s di ci e ndo: “Es peor que mala; es mediocre”. Lo decía, claro, en serio, porque las palabras lo traicionaban y por eso se reían de él. Jamás nadie pudo pensar que con el tiempo esa frase envolvería una verdad del tamaño de una catedral.
Tal cual. Hoy día mucho peor que entregar un producto resueltamente malo (cosa que no es tan fácil porque al menos en el cine ya hay muchas instancias corporativas de control) es entregar algo mediocre. Me acordé de Goldwyn cuando salí de El seductor, la última realización de Sofia Coppola. Es una cinta correcta. Es una cinta que desarrolla metódicamente su trama. Es una realización medianamente bien hecha: nada te vuela la cabeza, nada tampoco te da dolor de muelas. Y, sin embargo, en el alcance más técnico de la expresión, es una lata. Una lata por previsible, por consabida, por seriota, por conservadora, en fin, por su completa ausencia de matices y entrelíneas.
Cuesta unir el nombre de Sofia Coppola, la responsable de películas tan hermosas como Vírgenes sui
cidas y tan provocadoras como Perdidos en Tokio o como Somewhere, a una realización tan intercambiable como esta. En los días de la Guerra de Secesión, una jovencita, alumna de un internado para señoritas, encuentra en las proximidades del colegio a un soldado confederado herido. Es período de vacaciones, quedan pocas alumnas, pero las rutinas del establecimiento continúan intactas. La directora decide que una vez que se recupere el soldado será entregado a las tropas yanquis. No pasa mucho tiempo antes que el tipo se con- vierta en presa inevitable de seducción en ese espacio de decoro y represión femenina. Las tensiones que su presencia genera entre esas castas mujeres terminarán configurando una metáfora sobre la castración del macho. Es una idea que la directora desarrolla con precisión, pero sin una pizca de humor. Y con una carga erótica muy diluida, por lo demás. Sofia Coppola ha insistido en que lo suyo no es un remake y la verdad es que hay que creerle, porque de hecho si por algo destacó en su momento la primera versión de The Beguiled de 1971 ( El
engaño se tituló en Chile), dirigida por Don Siegel, con Clint Eastwood y Geraldine Page en los roles protagónicos, ambientada no en un internado para señorita sino derechamente en un convento de monjas, era, justo, por su carga de erotismo y de humor.
Las películas previsibles son una peste no solo porque son menos interesantes que las que deparan sorpresas. Son una peste porque son más monolíticas y conceden menos espacio a las ambigüedades de las relaciones humanas y de la vida. La riqueza, la complejidad, que tienen títulos como Silencio, exhibida a comienzos de año, como El viajante, entre los estrenos más recientes, deriva de la mirada de cineastas que fueron capaces de filmar con ideas contrapuestas en la cabeza y que unas veces suscriben y otras veces rechazan las percepciones de sus protagonistas. En parte por eso es que son realizaciones provocativas y fascinantes. La nueva versión de El seductor, en cambio, no tiene ni de lejos esta densidad. Y porque no la tiene, termina siendo una película tan correcta como chata.
“Es peor que mala; es mediocre”, decía el viejo Goldwyn. Y lo decía en serio, sin saber que con el tiempo su frase describiría una profunda verdad.