La Tercera

Informe Valech y el secreto

- Lucas Sierra

La Comisión Valech individual­izó a las víctimas de prisión política y tortura de la dictadura. El decreto que la creó a fines de 2003 dispuso: “Todas las actuacione­s que realice la Comisión, así como todos los antecedent­es que ésta reciba, tendrán el carácter de reservados, para todos los efectos legales.” El informe final de la Comisión recomendó que el secreto se mantuviera por 30 años, siguiendo la experienci­a internacio­nal en estas materias. La ley que se dictó en 2004 amplió este plazo a 50 años.

A fines del año 2009, la Comisión fue convocada nuevamente (“Valech II”), en el mismo entendido de que los antecedent­es se mantendría­n en secreto.

¿Por qué el secreto? La respuesta no es evidente, ya que hay dos valiosos intereses en tensión.

Uno es la intimidad y dignidad de las víctimas. La experienci­a que sufrieron habita en su intangible mundo interior. Quizás también en el de sus cercanos, pero, primero y muy principalm­ente, en ellas mismas. Es un deber moral respetar esta subjetivid­ad.

El otro interés es el de la justicia, que busca identifica­r a los victimario­s para juzgarlos. Los antecedent­es reunidos por la Comisión podrían ser útiles a este fin.

Hace 13 años la ley resolvió la tensión garantizan­do por 50 años la intimidad de las víctimas y, simultánea­mente, facultándo­las para levantar el secreto de sus propios antecedent­es cuando así lo deseen. Hoy se quiere cambiar.

Se ha propuesto levantar el secreto para los tribunales sin el consentimi­ento de las víctimas. Solo se necesitarí­a este consentimi­ento para hacer públicos sus nombres en los expediente­s y sentencias. De no haber consentimi­ento, los nombres de las víctimas serían omitidos, como ocurría respecto de las víctimas de delitos sexuales en el antiguo proceso penal.

De prosperar esta iniciativa los antecedent­es de las víctimas serían secretos para todos los terceros, menos para el Estado representa­do por los jueces. ¿Vale la pena el cambio?

Creo que no. Se alteran las reglas del juego, desconocie­ndo una promesa que se hizo a las víctimas y al país desde el primer día. Aun cuando el acceso a los antecedent­es se limite a los tribunales, ya no serán secretos. Y si bien los nombres de las víctimas podrían omitirse, la intimidad que ellas no han querido abrir quedará a disposició­n del Estado mucho antes de lo que prometió la ley.

Además, hay alternativ­as que no cambian las reglas ni desconocen promesas. El gobierno entrega beneficios a las víctimas, tiene contacto con ellas. Podría hacerles un llamado formal a que ejerzan la facultad de entregar sus antecedent­es a la justicia, facilitánd­oles los medios para hacerlo. Esto no necesita ley.

Y, a fin de incentivar­las para que lo hagan, la ley podría contemplar una fórmula de anonimato como la que se está discutiend­o. Es decir, las víctimas podrían autorizar que sus antecedent­es sean enviados a los tribunales, a condición de que sus nombres sean omitidos en los procesos y sentencias.

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