Un knockout para “el legado”
Que la centroderecha volviera al poder tras solamente un gobierno de la centroizquierda parecía algo fuera de todo pronóstico hace poco tiempo. Pero luego de tres años y medio de Bachelet gobernando de manera titubeante, sin haber sido capaz de terminar plausiblemente ninguna de las grandes reformas propuestas, con los cuadros de la Nueva Mayoría divididos tras candidaturas debilitadas, a esta altura lo que otrora resultara inverosímil, a saber, el raudo retorno de la centroderecha al gobierno, adquiere, cada vez más, visos de un hecho cierto.
Si en el comienzo de su gobierno Bachelet y sus cercanos persistían en la consigna de la intangibilidad del “programa”, hoy, en cambio, la nueva consigna es “el legado”: los contenidos programáticos –estén implementados o no, hayan sido bien, regular o pésimamente ejecutados– quedarían como esculpidos en una mentalidad colectiva que no toleraría la modificación o la apertura de nuevos rumbos.
Sin embargo, las cosas no son tan sencillas para “el legado”, tal como no lo fueron, finalmente, para “el programa”. Pasa que si la Nueva Mayoría llega a ser derrotada, ante la ausencia de sucesor, el legado difícilmente encontrará realización. No se ve la vía –deliberativa, propagandística, hipnótica, mesmérica– por la cual puedan mantenerse activamente operando contenidos eficazmente derrotados en las urnas. Más aún, ¿qué ocurriría si la centroderecha ganase en primera y no en segunda vuelta (algo que, en las condiciones actuales de la disputa, ya no parece descabellado aventurar)?
Tal triunfo sería algo así como un knockout para el legado. Un elocuente detente al entusiasmo de quienes, queriendo ceder a la voz de la calle sin asumir la responsabilidad de articularla, habrían terminado siendo tan eficaces e irrelevantes como usualmente lo es la calle: un bullicio que expresa la legitimidad total en la misma medida en que carece de organización permanente.
Ha de repararse, empero, en una circunstancia que no debiese dejar a nadie, ni en el centro ni en la derecha, tranquilo: la intangibilidad del “programa” fue erosionada antes por los defectos de Bachelet y su gobierno que por las virtudes de la oposición. Por cierto, se cuentan aquí esfuerzos que podrían llegar a ser relevantes. Así, las labores de reconstitución ideológica (cf. los documentos “Convocatoria política” y “Manifiesto republicano”) y la operación ordenada de los partidos. Pero aún está pendiente una renovación en un pensamiento que a veces parece sacado del videoclub de “Johnny Cien Pesos”, economicista, timorato respecto de las disputas de fondo, ajeno a la concepción de la política como cosa común.
Da la impresión de que la impotencia del “legado” será también el fruto antes de la incapacidad de Bachelet y su gente, que de la fortaleza política e ideológica de la centroderecha. Triste sería que la centroderecha, al llegar al gobierno, se contentase solo con recuperar el crecimiento y mejorar las cifras, olvidándose nuevamente del desafío político.
La acogida reflexiva de las demandas populares; la consideración atenta de la situación expectante y compleja del país; la aptitud para argumentar ante los organizadores de la marcha callejera, frente a la izquierda universitaria, filosófica y sindical; la capacidad para guiar a la nación con reformas políticas de largo alcance: todo eso depende de que los procesos de renovación y ejercicio ideológico que vienen llevándose a cabo en la centroderecha avancen y maduren, antes que –o al menos junto a– la operación de los eficientes economistas, los decididos abogados y los talentosos publicistas.