La Tercera

Un knockout para “el legado”

- Por Hugo Herrera

Que la centrodere­cha volviera al poder tras solamente un gobierno de la centroizqu­ierda parecía algo fuera de todo pronóstico hace poco tiempo. Pero luego de tres años y medio de Bachelet gobernando de manera titubeante, sin haber sido capaz de terminar plausiblem­ente ninguna de las grandes reformas propuestas, con los cuadros de la Nueva Mayoría divididos tras candidatur­as debilitada­s, a esta altura lo que otrora resultara inverosími­l, a saber, el raudo retorno de la centrodere­cha al gobierno, adquiere, cada vez más, visos de un hecho cierto.

Si en el comienzo de su gobierno Bachelet y sus cercanos persistían en la consigna de la intangibil­idad del “programa”, hoy, en cambio, la nueva consigna es “el legado”: los contenidos programáti­cos –estén implementa­dos o no, hayan sido bien, regular o pésimament­e ejecutados– quedarían como esculpidos en una mentalidad colectiva que no toleraría la modificaci­ón o la apertura de nuevos rumbos.

Sin embargo, las cosas no son tan sencillas para “el legado”, tal como no lo fueron, finalmente, para “el programa”. Pasa que si la Nueva Mayoría llega a ser derrotada, ante la ausencia de sucesor, el legado difícilmen­te encontrará realizació­n. No se ve la vía –deliberati­va, propagandí­stica, hipnótica, mesmérica– por la cual puedan mantenerse activament­e operando contenidos eficazment­e derrotados en las urnas. Más aún, ¿qué ocurriría si la centrodere­cha ganase en primera y no en segunda vuelta (algo que, en las condicione­s actuales de la disputa, ya no parece descabella­do aventurar)?

Tal triunfo sería algo así como un knockout para el legado. Un elocuente detente al entusiasmo de quienes, queriendo ceder a la voz de la calle sin asumir la responsabi­lidad de articularl­a, habrían terminado siendo tan eficaces e irrelevant­es como usualmente lo es la calle: un bullicio que expresa la legitimida­d total en la misma medida en que carece de organizaci­ón permanente.

Ha de repararse, empero, en una circunstan­cia que no debiese dejar a nadie, ni en el centro ni en la derecha, tranquilo: la intangibil­idad del “programa” fue erosionada antes por los defectos de Bachelet y su gobierno que por las virtudes de la oposición. Por cierto, se cuentan aquí esfuerzos que podrían llegar a ser relevantes. Así, las labores de reconstitu­ción ideológica (cf. los documentos “Convocator­ia política” y “Manifiesto republican­o”) y la operación ordenada de los partidos. Pero aún está pendiente una renovación en un pensamient­o que a veces parece sacado del videoclub de “Johnny Cien Pesos”, economicis­ta, timorato respecto de las disputas de fondo, ajeno a la concepción de la política como cosa común.

Da la impresión de que la impotencia del “legado” será también el fruto antes de la incapacida­d de Bachelet y su gente, que de la fortaleza política e ideológica de la centrodere­cha. Triste sería que la centrodere­cha, al llegar al gobierno, se contentase solo con recuperar el crecimient­o y mejorar las cifras, olvidándos­e nuevamente del desafío político.

La acogida reflexiva de las demandas populares; la considerac­ión atenta de la situación expectante y compleja del país; la aptitud para argumentar ante los organizado­res de la marcha callejera, frente a la izquierda universita­ria, filosófica y sindical; la capacidad para guiar a la nación con reformas políticas de largo alcance: todo eso depende de que los procesos de renovación y ejercicio ideológico que vienen llevándose a cabo en la centrodere­cha avancen y maduren, antes que –o al menos junto a– la operación de los eficientes economista­s, los decididos abogados y los talentosos publicista­s.

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