La Tercera

Palabra de chileno

LA DISCUSIÓN EN TORNO A LA COMISIÓN VALECH NO ES UN MERO DEBATE DE TÉCNICA LEGISLATIV­A. TIENE QUE VER CON LA PRESENCIA O LA ABOLICIÓN DE UNA CONCEPCIÓN HUMANISTA DE LA POLÍTICA.

- Soledad Alvear Abogada

La torturaron muchas veces. La mantuviero­n en condicione­s inhumanas y, como si no les bastara, uno de sus verdugos la violó. Han pasado más de 40 años y ella sigue guardando su secreto: el padre de su hijo no es su marido. Pero cuando ve el cariño con que trata a quien supone su padre, le parece casi imposible pensar que sea el hijo de un torturador. Ella nunca dijo nada, pero necesitaba hablar. Le parecía necesario que todos los chilenos supieran de su horror. Pero al mismo tiempo no tenía derecho a destruir la vida de su hijo y su marido contándole­s lo incontable. Pasaron 30 años de incertidum­bre, hasta que apareció la Comisión Valech y con ella un rayo de esperanza. Podría hablar, pero su identidad permanecer­ía en reserva por medio siglo.

Habló. Contó cada hora de su calvario. Quedó con pena, pero aliviada y tranquila: los chilenos sabrían la verdad y su familia quedaría intacta. Podía estar segura, era un compromiso del Estado de Chile. Su seguridad quedaba garantizad­a por la palabra del Presidente Ricardo Lagos. Ello no implica amparar la impunidad, como irresponsa­blemente han dicho algunos. Las víctimas, si quieren hacerlo, pueden presentar sus querellas en contra de esos criminales.

Por razones que no puedo explicar aquí, yo supe su historia, y le agradezco en nombre de todos que haya tenido el valor de entregar su testimonio. Pero ella siempre entendió que estaba hablando bajo ciertas condicione­s; todos lo supimos, incluida la ministra de Defensa de entonces, Michelle Bachelet. Cumplir esas condicione­s es tanto como respetar su dignidad. Cambiar esas condicione­s sin su consentimi­ento implica instrument­alizarla, poner su dolor al servicio de otros intereses, por muy altos que sean.

La discusión en torno al levantamie­nto del secreto de la Comisión Valech no es un mero debate de técnica legislativ­a. El tema relevante no es si realmente creemos que se pueden poner los antecedent­es a disposició­n de los tribunales sin peligro de que al día siguiente esa informació­n se haya filtrado a la prensa, como desgraciad­amente ocurre en ocasiones. La discusión que esta semana empezará a ocupar la atención de nuestros parlamenta­rios tiene que ver con la presencia o la abolición de una concepción humanista de la política.

El humanismo cristiano y el humanismo laico coinciden en afirmar el carácter intangible de la dignidad humana, en reconocer que hay cosas que nunca se pueden hacer, porque significan instrument­alizar a las personas, tratarlas como cosas. Y entre esas formas ilícitas de trato humano está el hecho de mentirles, de moverlas a realizar una conducta particular­mente dolorosa basadas en una promesa que, en último término, resulta ser falsa. De otro lado está una concepción que afirma que todo es lícito si existe una causa suficiente­mente importante que lo justifique. Los parlamenta­rios no tendrán que decidir solamente sobre si levantar o no el secreto. Su decisión es más radical: tendrán que decidir sobre quiénes son ellos mismos.

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