Merkel, por cuarta vez
La Canciller alemana, Angela Merkel, ha obtenido su cuarta victoria consecutiva, una hazaña por donde se la mire. Sí, el porcentaje de votos ha bajado con respecto a otras elecciones y la extrema derecha ha conquistado unos alarmantes 94 escaños, pero el titular verdadero de esos comicios es que Merkel es necesaria y así lo han visto los alemanes.
El factor “Alternativa para Alemania” es fácil de explicar: la onda expansiva de los populismos de derecha que afean ciertas democracias europeas desde hace tiempo ha saltado de Austria, Holanda y Francia a Alemania. No es de extrañar, dada la costosa decisión que tomó Merkel de aceptar un millón de refugiados de Medio Oriente. Pero no hay señal al día de hoy de que se trate de un fenómeno más grave que el que se da en otras democracias europeas, donde está contenido.
Lo verdaderamente notable es lo de Merkel, que revalida su mandato por tercera vez y probablemente convocará a los liberales y los verdes para formar gobierno, en vista de que los socialdemócratas, que ahora la acompañan en el poder, han pagado un alto precio por ello y ahora quieren hacerse fuertes desde la oposición.
Merkel es un caso fascinante. Si uno analiza sus decisiones, comprueba que no tiene los atributos de los grandes líderes del Occidente moderno. No ha realizado importantes reformas: el grueso de las que explican el éxito económico las hizo su antecesor. Tampoco ha desplegado una visión preclara de lo que debe ser Europa y conducido a los 28 hacia su materialización. Su política europea ha consistido en entregar a sus colegas menos de lo que exigían pero algo más de lo que sus compatriotas pretendían que otorgara (se opuso a rescatar a Europa tras la crisis de 2009 pero luego comprometió a su país en el fondo y el mecanismo de estabilidad, asumiendo el 29% de las garantías que respaldan esa solidaridad, decisión que compensó atacando al Banco Central Europeo cuando se puso a crear dinero mediante la compra compulsiva de bonos y sofrenando los ímpetus de quienes quieren ya mismo un gobierno común). Ni puede decirse que se haya enfrentado a Putin frontalmente, prefiriendo en esa materia actuar en concierto con Europa para evitar el cuerpo a cuerpo con el musculoso ex agente de la KGB. O que haya desenvainado la espada ideológica del liberalismo contra el populismo nacionalista de Trump, tarea que más bien ha preferido dejarle a su impetuoso colega galo. Y sin embargo…
…tenemos tan poca fe en las alternativas, que necesitamos imperiosamente a Angela. Su permanencia es la manera que hemos encontrado, los que vemos al mundo peligroso y desorientado, de confirmar que la civilización tiene un custodio que la protege. Angela es la certeza de que el Occidente no ha perdido del todo la cabeza. Es la mecedora en la que, exhaustos de populismos y nacionalismos que amenazan el Estado de Derecho, el libre comercio y, sobre todo, la paz mundial, nos dejamos caer sabiendo que en su armonioso balanceo hay previsibilidad, constancia.
Da una extraña calma saber que esta austera protestante que sigue viviendo en su departamento, empuja un carrito cargado de verduras en el Hit-Ullrich-Markt de Berlín y utiliza muebles de Ikea para la casa de fin de semana, está allí. Alguna vez Angela dijo, refiriéndose a su marido, el profesor Joachim Sauer: “Prefiero cancelar tres compromisos que poner en peligro mi relación: me da seguridad. Con él, no tengo que decir nada. Podemos estar juntos en silencio”. Eso mismo se siente uno tentado a decir de ella.