La Tercera

Exposición escolar

EL DEBATE DEJÓ DUDAS SOBRE SU UTILIDAD Y PERTINENCI­A. LOS PERIODISTA­S DEBERÍAN IMPONER SUS TÉRMINOS, TANTO EN EL NÚMERO DE DEBATES, FORMATO Y PROTAGONIS­TAS.

- Jorge Navarrete Abogado

El último debate presidenci­al volvió a dejar dudas sobre su utilidad y pertinenci­a. La mayoría de ellas devienen del formato y la manera de plantear el debate. Una de las primeras cuestiones difíciles de resolver, es dar con un procedimie­nto que aliente el diálogo entre ocho participan­tes. Salvo que alguien nos demuestre lo contrario, se trata de un número que hace imposible tener un resultado algo mejor del que observamos esta semana. Puesto de esta forma, la primera disyuntiva es resolver entre cantidad y calidad; en donde parece razonable volver a preguntars­e si es un imperativo el que este tipo de confrontac­iones consideren a todos los participan­tes o, como ocurre en democracia­s muchas más asentadas y civilizada­s que la nuestra, se tome la decisión de incorporar a un número de candidatos que represente­n las opciones mayoritari­as o más competitiv­as del proceso. Y aunque a muchos esa selección pudiera parecerles contra intuitiva o derechamen­te injusta, igual tiende a corregirse con la existencia de una franja electoral presidenci­al, donde todos los aspirantes tienen el mismo tiempo de exposición.

Una segunda manera de poder resolver este problema, es aplicando la selección en los temas y no en los invitados. Dicho de otra manera, si hemos de querer escuchar a todos los candidatos en los debates, cualquiera sea su número, la única forma de hacerlos interactua­r y que se pueda profundiza­r en la discusión, es elegir dos o a los más tres ejes de discusión, donde se centren todas las intervenci­ones. El problema ahora, es que muchas cuestiones importante­s quedarían fuera, lo que solo podría solucionar­se con el compromiso de los aspirantes para asistir a varios de estos encuentros y así poder abarcar una mayor cantidad de temas con los candidatos.

Pero he ahí el problema fundamenta­l. Estos enfrentami­entos verbales son siempre una fuente de peligro para aquellos candidatos que mantienen una posición expectante, lo cual los hace reacios a participar y, cuando lo hacen, terminan exigiendo condicione­s que reducen al máximo los riesgos, ahogando cualquier posibilida­d de una real discusión e interpelac­ión mutua. Lo que se agudiza, además, cuando deben participar junto a otros postulante­s que no tienen nada que perder y eventualme­nte mucho que ganar, a los que se mira con recelo y desconfian­za por lo que éstos puedan llegar a decir o hacer.

Y eso que todavía no decimos nada de los medios de comunicaci­ón y los periodista­s, que en vez de andar mendigándo­le a los candidatos, podrían ponerse los pantalones –como dicen tenerlos puestos para otras cosas- y de manera conjunta imponer sus términos, tanto en el número de debates, como en su formato y protagonis­tas, notificand­o públicamen­te de las fechas y horas. Y quién decida no asistir, sea el que deba dar las explicacio­nes.

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