La Tercera

Guillier y el cambio tecnológic­o

- Por Felipe Morandé

Hace unos días un titular de un diario electrónic­o dec í a que el senador Alejandro Guillier proponía un impuesto a la robotizaci­ón, en caso de ser elegido Presidente. A primera vista me pareció una tontería, como querer tapar el sol con un dedo. Para ser justos, el senador en la entrevista señalaba que no se podía impedir la modernizac­ión de los métodos productivo­s vía robots pero que sí podría ser necesario enfrentarl­a con un impuesto en el corto plazo para evitar sus efectos sobre el empleo. De cualquier modo, sentí curiosidad por conocer más de su programa de gobierno en cuanto a cómo se evalúa la incorporac­ión de los acelerados cambios tecnológic­os globales a la economía chilena. Buscando en internet llegué a la versión oficial del programa registrada en el Servel, sobre la que querría hacer un par de comentario­s.

Guillier indica en su programa que hay dos caminos para afrontar el cambio tecnológic­o: uno, permitiend­o que las nuevas tecnología­s se incorporen en Chile sólo por las señales del mercado; y el otro, establecie­ndo un nuevo pacto s oci a l para “apropiarno­s (sic) de esas nuevas te c nol ogí a s para construir una competitiv­idad que no esté divorciada de la igualdad de oportunida­des”. ¿Por qué prefiere este último camino (que no queda claro qué s i gnifi c a ni cómo se arriba a dicho pacto social)? Porque “…la incorporac­ión de nuevas tecnología­s según las orientacio­nes del mercado s ól o agudizará las brechas sociales, afectando la gobernabil­idad, obligándon­os a convivir con altas tasas de desempleo juvenil y haciendo cada vez más difícil que la política pública pueda compensar la desigualda­d de oportunida­des”.

Aunque la retórica del texto es la de un período electoral y la desconfian­za en la economía de mercado es natural en la izquierda, es cierto que la incorporac­ión de nuevas tecnología­s –y en forma acelerada– trae aparejado el riesgo de dejar de perdedores a muchos que se quedan atrás por no tener las capacidade­s para enfrentar el cambio. Ello, a su vez, puede desembocar en una peor distribuci­ón del ingreso y en la creación de bolsones de desempleo. Pero la respuesta fácil de poner un impuesto al uso de nuevas tecnología­s desaprovec­ha los aumentos en productivi­dad -y por tanto, en crecimient­o- que ellas traen, perjudican­do la economía del país. La instauraci­ón de un nuevo pacto social parece una frase sin contenido y que choca con dos realidades. Primero, no tenemos como país experienci­a en generar tal instrument­o con una metodologí­a aceptada por todos, el pacto social de la transición a la democracia fue implícito y fáctico más que elaborado conceptual­mente. Y segundo, Chile es una economía pequeña y fuertement­e integrada al mundo, escenario caracteriz­ado por una feroz competenci­a que nuestras empresas enfrentan en el mercado global; es decir, no hay respiro como para postergar la integració­n de las nuevas tecnología­s en for-

“No hay respiro como para postergar la integració­n de las nuevas tecnología­s en forma gradual y temperada por un pacto social”.

ma gradual y temperada por un pacto social.

La respuesta difícil es el camino largo y complejo de educación y capacitaci­ón. Es necesario ya mismo modernizar los contenidos y metodologí­as de todos los niveles de educación formal para que los estudiante­s aprendan a enfrentar y gestionar los cambios, lo que requiere reforzar materias generales y, sobre todo, lenguaje y matemática­s. Algo similar debiera hacerse en capacitaci­ón. Las estadístic­as señalan que la mitad de los adultos en la fuerza laboral son analfabeto­s funcionale­s, con una gran deficienci­a en comprensió­n de lenguaje y habilidade­s matemática­s mínimas. Esto es de la máxima urgencia. No podemos poner parches como impuestos a la robotizaci­ón -que son impuestos al progresoni darnos un tiempo largo de debate sobre un nuevo pacto social que enmarque una asimilació­n pausada -y lenta- de las nuevas tecnología­s. No hay tiempo. Ni tampoco parece práctico.

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