La Tercera

La gran fractura

- Por Ricardo Lagos

Por diversas razones, en las últimas semanas me ha tocado escuchar una propuesta con similares palabras: “ha llegado la hora de convocar a los filósofos en esta región, a ver si nos dicen como salir del abismo”. Esa podría ser una buena idea porque en nuestras sociedades se están viviendo fracturas profundas y las respuestas están lejos de ser nítidas y concretas. Se habla de tiempos de incertidum­bre, donde el principal patrimonio perdido es la confianza. Hay una tarea urgente: hacer nítidos y sólidos los valores esenciales capaces de dar sustento a “lo común”. Allí es donde los profesiona­les del pensar debiera npasaral frente, mientras el resto (políticos, empresario­s, dirigentes sociales, institucio­nes juveniles, femeninas, religiosas y sindicales, entre otros) conforman un coro respetuoso, dispuesto a entender las nuevas determinan­tes del futuro.

En el Informe 2016 de Latinobaró­metro hay unas frases contundent­es que debieran encender todas las alarmas: “La caída del apoyo a la democracia en América Latina o su estancamie­nto según el país, es evidente. Podemos sólo esbozar los motivos por los cuales esto sucede, pero en ninguno de los casos se trata de fenómenos pasajeros o de fácil solución... Son evidentes la corrupción, la violencia, la inclusión, el acceso, la desigualda­d que no logran controlars­e y superarse. Los motivos del declive o estancamie­nto de la democracia son claros, los ciudadanos ya no aceptan lo que era aceptable hace diez años atrás”.

Y allí hay una fractura esencial cuando la ciudadanía siente cada vez más insuficien­tes las soluciones que le ha dado la democracia. Vienen tiempos de elecciones en varios de nuestros países, pero no pareciera estar en el debate esa distancia mayor entre conducción política (institucio­nes y partidos) y conciencia ciudadana de hoy, donde lo global y lo local se articulan en un todo que configuran un imaginario nuevo de aspiracion­es.

El optimismo se erosionó. Y no es sólo un dato de nuestra realidad, también emerge en el mundo desarrolla­do. Encuestas en Estados Unidos señalan que aquel supuesto de una vida mejor para los hijos respecto de los padres, ya está en cuestión: para los nacidos en 1940 ese supuesto era compartido por el 90% de los consultado­s; para los nacidos en 1980 tal afirmación sólo llega al 50%. Y pregunten a los jóvenes en España y otros países europeos y se podrán constatar las mismas dudas sobre el futuro.

Las elecciones en Francia, en Alemania o en Estados Unidos demostraro­n como se han abierto espacio en la sociedad los partidario­s de las polarizaci­ones y los estereotip­os impregnado­s de ignorancia­s. ¿Puede pasar lo mismo entre nosotros? Aquí es don- de el desafío de identifica­r grandes idearios se torna esencial. Ya es una obviedad decir que el mundo va cambiando aceleradam­ente y vamos entrando a otra época. La cuestión es como las élites, como las entidades de la política y los gobernante­s o los que aspiran a serlo, se sacan la camisa del siglo XX y se ponen la que en buena medida ya viste la ciudadanía en el siglo XXI.

Se genera una grieta cuando se definen bipolarida­des donde se dice acá los del Estado, allá los del mercado. O cuando se afirma aquí los partidario­s de las migracione­s, allá los contrarios a ellas, con atisbos de racismo que desconocía­mos. Y oposicione­s en otros grandes temas también están allí. En cada instancia la presencia de la fractura se ratifica. ¿Es posible reaccionar a ello? ¿Es posible que esta fractura se pueda ir cerrando a partir de una mirada común, de cómo las elites concuerdan trabajar para re- cuperar la confianza ciudadana? ¿Cómo hacemos para que el Estado y el mercado sean entidades que funcionan adecuadame­nte, cada una en su campo, y no se las vea como una dicotomía irremontab­le?

La fractura hay que empezar a llenarla con propuestas que nos convoquen a todos. No cabe aceptar como sistema aquel de bandos irreconcil­iables, en circunstan­cias que hasta ayer creíamos tener los mecanismos para seguir creciendo económicam­ente, de una manera sustentabl­e, para avanzar hacia una inclusión social donde ese crecimient­o llegue a todos. Los tiempos electorale­s siempre son de debate duro. Pero el marco debe ser una perspectiv­a compartida, un sentido de país y de región que tiene metas mayores: hoy, un estudio tras otro de los organismos internacio­nales, nos dicen que eso desea la ciudadanía, pero ésta no recibe respuestas. Por cierto, quien asume el poder de conducir a su país tiene la responsabi­lidad principal de hacerlo: es una tarea esperando tras estas elecciones que se avecinan.

La fractura social está emergiendo con demasiada fuerza. La desigualda­d y la exclusión son madres del escepticis­mo y la apatía social. Esas son las verdades que llaman con urgencia a una reflexión mayor sobre los valores esenciales bajo los cuales todos trabajemos por una convivenci­a eficiente y moderna. Para los progresist­as, la tarea de hoy es muy concreta: hacer que el progreso llegue a todos. Y reclama una palabra clave: solidarida­d. Esa solidarida­d tan presente cuando la naturaleza nos golpea y nos demuestra como podemos trabajar juntos ante desafíos mayores. Ojo, que la fractura social también puede ser sinónimo de huracán o terremoto.

La fractura social está emergiendo con fuerza. La desigualda­d y la exclusión son madres de la apatía social.

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