La Tercera

El pluralismo es una chacra

- Pablo Ortúzar Antropólog­o social

El debate sobre la llamada “objeción de conciencia institucio­nal” de la Pontificia Universida­d Católica, así como sobre la legitimida­d de que dicha institució­n se plantee abiertamen­te en contra del aborto, es mucho más importante de lo que parece a primera vista, más allá de si uno está de acuerdo o no con la postura de la institució­n. Es un debate sobre cómo entendemos el orden social.

Es más o menos evidente que existe una tensión entre Estado, institucio­nes intermedia­s e individuos. La libertad de acción de cada uno de estos actores se ve limitada por la acción de los demás (esto es precisamen­te lo que destacaron con escándalo quienes “descubrier­on” que había una tensión entre objeción institucio­nal y objeción de conciencia individual). Sin embargo, cada vez que se ha buscado reducir uno de estos ingredient­es del orden social a otro, la libertad, el orden y la prosperida­d del conjunto han desapareci­do. Y es que no solo se limitan entre sí, sino que también parecen necesitars­e mutuamente para poder desplegars­e: por ejemplo, cuando solo hay individuos y Estado, el individuo es impotente frente al Estado, y el Estado es, a su vez, incapaz de satisfacer todas las necesidade­s de los individuos.

Lo que suele haber detrás de las posturas políticas que pretenden comprender y hacerse cargo de todo el orden social desde la perspectiv­a exclusiva del Estado, de los individuos o de las institucio­nes civiles, es una profunda pobreza antropológ­ica. Tratar de simplifica­r a la fuerza la complejida­d del entramado social para eliminar sus tensiones, equivale a mutilar aspectos de nosotros mismos que dependen de esa complejida­d para realizarse. Es negar de manera miope la multiplici­dad de necesidade­s y deseos humanos. Luego, reconocer esta tensión y la imposibili­dad de hacerla desaparece­r es algo necesario y razonable. Todo orden social debe pensarse suponiendo esta realidad y tratando de encauzarla todo lo posible hacia el bien común, lo que exige arreglos institucio­nales para negociar la relación entre las distintas partes, sin pretender reducirlas unas a otras.

Esta mirada comprensiv­a y tolerante con la diferencia es la propia de una sociedad pluralista, que reconoce y cultiva (y por eso también financia, en lo posible) la diversidad institucio­nal, al mismo tiempo que trata de evitar los abusos entre Estado, institucio­nes e individuos. Equilibrio que es, por supuesto, complejo y lleno de riesgos, y que involucra contrapeso­s, frenos y regulacion­es de diversa naturaleza. Una sociedad pluralista no se sostiene sobre un “laissez faire” del tipo “que hagan lo que quieran, pero no con fondos públicos”. Requiere ser cultivada: es un régimen exigente, no uno que opere por defecto.

Finalmente, el pluralismo tiene como objetivo posibilita­r la coexistenc­ia razonable de lo diferente. No la disolución de las diferencia­s. No es una filosofía de la neutraliza­ción y la homogeneiz­ación, sino todo lo contrario. Es, usando una metáfora agrícola, la reivindica­ción de la desordenad­a y sustentabl­e lógica de las huertas y las chacras, en contra de la ordenada y aridizante lógica del monocultiv­o.

La discusión sobre la objeción de conciencia es un debate sobre cómo entendemos el orden social.

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