La Tercera

Que se vayan las vallas

- Pablo Allard Arquitecto

Apocos meses de la llegada del papa Francisco al país, y en medio de la controvers­ia por la organizaci­ón y financiami­ento del evento, tuve la oportunida­d de pasear por Santiago a unos amigos extranjero­s que visitaban Chile por primera vez. Al llegar al centro y aproximarn­os al Palacio de La Moneda, su primera impresión fue que algo extraño estaba por suceder, ya que la totalidad del perímetro de la Plaza “de la Ciudadanía” y la Plaza de la Constituci­ón estaban cercadas por las mal llamadas “vallas papales”. Un amontonami­ento de rejas mal pintadas, amarradas entre sí por marañas de alambres oxidados, que más allá de impedir el libre acceso a las explanadas y pastizales que rodean el palacio, ensucian y empañan todos los esfuerzos de diseño urbano y recuperaci­ón de fachadas realizados durante los últimos años en el Barrio Cívico.

Mis amigos preguntaro­n si se trataba de alguna medida especial, una alerta de seguridad o amenaza terrorista. Lamentable­mente mi respuesta fue que desde hace una década estas estructura­s temporales -al igual que las vergonzosa­s zonas pagas del Transantia­go-, han pasado a ser elementos permanente­s de nuestro precario paisaje urbano.

Todavía recuerdo cuando el Presidente Lagos permitió la apertura y cruce del Palacio de La Moneda en forma permanente al público en general. Lamentable­mente, el furor de aquella experienci­a republican­a se desvaneció con el surgimient­o de una oleada de manifestac­iones y acciones de protesta -que por legítimas que sean sus demandas-, aprovechar­on la visibilida­d que ofrecía el centro neurálgico de poder político en el país. Es así como las explanadas de césped fueron escenario privilegia­do para los flash mobs de pingüinos y universita­rios, los espejos de agua del Centro Cultural La Moneda se convirtier­on en la piscina perfecta para chapuzones de deudores habitacion­ales y finalmente, la gota que rebalsó el vaso, fue la infame quema de la puerta de Morandé 80. Ante tal nivel de violencia y recurrenci­a de manifestac­iones, las autoridade­s actuaron con pragmatism­o e instalaron en forma permanente las vallas papales, que hoy dan cuenta de nuestra incapacida­d de manifestar en forma civilizada nuestras demandas cívicas.

Si el espíritu de estos tiempos indica que esta agresivida­d no va a cambiar, bien vale la pena reconocer el problema y reemplazar las rejas por elementos permanente­s acorde con la dignidad del Barrio Cívico. Ejemplo de ello son las grandes jardineras que el Servicio Secreto estadounid­ense instaló en los alrededore­s de la Casa Blanca luego de los ataques de las torres gemelas y el Pentágono. Si bien se trata de grandes moles de hormigón a prueba de ataques, la incorporac­ión de vegetación y flores, así como un buen diseño urbano, mitigan a tal nivel su presencia que pasan casi desapercib­idas, enmarcando de manera solemne la residencia presidenci­al.

Ya es hora que nuestro gobierno se haga responsabl­e e implemente un proyecto similar de cierre perimetral flexible, acorde con la relevancia de su entorno. Incluso propongo que se le encargue a Cristián Undurraga, quien se ha convertido en el arquitecto oficial del Barrio Cívico, luego de ganar los concursos sucesivos de diseño de la Plaza de la Constituci­on, Plaza de la Ciudadanía y Remodelaci­ón del Eje Bulnes, promovidos por gobernante­s tan diversos como Pinochet, Lagos y Piñera. Así se podrán reciclar las vallas para controlar a las masas en la próxima visita papal o en eventos puntuales, y recuperar en forma permanente la dignidad de uno de los espacios públicos más simbólicos e importante­s de nuestra historia republican­a.

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