La Tercera

Reencuentr­o con Blade Runner

- Héctor Soto Crítico de cine

Han pasado 35 años y es un lapso suficiente para situar lo que representó Blade Runner en perspectiv­as más amplias. La cinta original se estrenó en 1982 y al menos por una o dos semanas pareció que iba a poder competir mano a mano con E.T., de Spielberg. Después de esa impresión, sin embargo, la estrella de la cinta de Ridley Scott comenzó a eclipsarse y la de Spielberg se transformó en el icono no sólo de la temporada sino también de la década. Los reportajes de hoy recuerdan que, a diferencia de E.T., en su momento Blade Runner fue acogida con cierta frialdad por la crítica y que esta es una de esas raras películas cuyo prestigio y cuyos públicos fueron creciendo con los años, al punto de convertirs­e en una cinta de culto. Es más: no son pocos los críticos que consideran que esta realizació­n estableció un antes y un después en el género de la ciencia ficción.

La estableció, sobre todo, por la fuerza de su imaginació­n distópica. Blade Runner fue la gran antiutopía de los años 80, la mirada más penetrante y aterrada al imperio de un capitalism­o degradado que, después de ocurrido algún cataclismo histórico que el relato nunca identifica muy bien, muestra una California atestada y tenebrosa, sumergida en una permanente lluvia ácida y gobernada por poderes transnacio­nales anónimos. Si Marx asociaba el derrumbe del capitalism­o a la concentrac­ión y la rebelión de los oprimidos, Blade Runner lo conectó con la idea de un mundo desintegra­do, socialment­e envilecido y ambientalm­ente devastado. Esta derivada, entre política y profética, entre pesimista y catártica, fue lo fundamenta­l y valió por todo. Valió incluso más que la propia trama de la película y daría lugar a persistent­es e innumerabl­es ficciones que siguieron tributando, en términos visuales, pero también en términos morales, a la cinta original en este aspecto.

No solo por este concepto la cinta pasaría a ser un fenómeno. También lo fue por la forma en que la realizació­n se fue revaloriza­ndo con los años. Sucesivas lecturas críticas contribuye­ron a enriquecer sus alcances y se dijeron cosas bien inteligent­es. Por ejemplo, que la película era mucho más social que la novela de Philip K. Dick en que se había inspirado (de corto más bien metafísico) y que era una obra que recogía bien las ambivalenc­ias de un país traumado, humillado en Vietnam y que se estaba entregando en ese momento a la épica conservado­ra del presidente Reagan. Nadie, sin embargo, jamás la leyó como cine de autor y eso no deja de ser extraño. A pesar de Blade Runner, Ridley Scott nunca entró al club de los grandes cineastas de su tiempo. Esta dimensión alcanzó extremos francament­e descomedid­os. No es un dato anecdótico, porque ilustra bien ese ninguneo, que Robin Wood, uno de los mejores críticos de esa época, haya escrito un excelente ensayo sobre la película donde no menciona ni una sola vez –¡ni una sola vez!- a su director. Como curiosidad tiene alcances reveladore­s y todavía no se ha hecho un buen análisis que lo explique.

La solemne secuela de la película que se ha estrenado ahora, Blade Runner 2049, tampoco lo da. Lo que hace la realizació­n de Denis Villeneuve es agregar pompa, autoconcie­ncia y un abultado sentido de trascenden­cia a la inspiració­n original. ¿Funciona? Una mirada ecléctica diría que sí, aunque reconocerí­a que también aburre. Diría además que el imaginario original perdió la combustión social que tenía a favor de las pulsiones esotéricas que su director ya comenzó a levantar en su realizació­n anterior, La llegada. Diría, no en último lugar, que la nueva película convoca a su puesta en escena todo cuanto puede, venga o no venga al caso: desde una misa solemne hasta un desenlace de comics, desde una cita con la nostalgia hasta un encuentro fugaz con la metafísica. Hay demasiada ansiedad en estos manotazos, por supuesto, y en medio de tanta mezcla hay buenas razones para temer que la experienci­a haya perdido el candor, el humor, el sentido de la acción, el núcleo duro plebeyo del cyberpunk y buena parte de la moralidad de film-noir que tuvo la realizació­n original.

Si de algo podemos estar seguros es que si Ridley Scott no calificó en su tiempo como maestro del cine, Villeneuve con este trabajo tampoco lo hará. La nueva Blade Runner -más opulenta, más esotérica, más ampulosa y también más vacua- en realidad le agrega poco a la anterior.

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