La Tercera

La derecha alternativ­a en Chile

- Por Carlos Correa Bau Ingeniero civil industrial, MBA

Una de las causas por las que Trump llegó a la Casa Blanca fue el aumento vertiginos­o de los llamados Alt Right en EE.UU., acrónimo propio de la era informátic­a para la derecha alternativ­a. Este movimiento es más ciudadano y horizontal, con exacerbado uso de las redes sociales para su comunicaci­ón política y directo en su argumento principal: los ciudadanos comunes y corrientes están hartos de Washington, Wall Street, las minorías y los impuestos.

En Chile, estos nuevos derechista­s hace un tiempo que han agarrado vuelo. Basta pasearse por las redes sociales y se encontrará­n afirmacion­es alejadas de la correc- ción política que busca siempre la autodefini­da centrodere­cha. En contraste, los derechista­s ciudadanos escriben sin pudor que los problemas de Chile son porque hay demasiados derechos para los migrantes, delincuent­es, políticos y gays. En contraste, para las personas que trabajan y cuidan a sus familias, sólo hay impuestos y reformas de todo tipo para destruir lo que han consolidad­o.

Pero al tema que más dedican tiempo y argumentos es a su tesis de que el país está en una crisis profunda debido al gobierno de Michelle Bachelet. Con sus lógicas simplistas de 140 caracteres, lo muestran sólo comparable al de Pol Pot en Camboya. Lo asombroso es que correspond­en a personas educadas, que saben argumentar bien y que leen correctame­nte la cada vez mayor distancia entre los ciudadanos a pie y los políticos tradiciona­les. Por cierto, en estos grupos no es muy popular el ex Presidente Piñera, quien les parece demasiado democratac­ristiano y, sobre todo, demasiado agente de Bolsa. Este grupo valora el trabajo y la tierra, y no la ingeniería financiera.

Los Alt Right chilenos no solo se han difuminado con rapidez por las redes sociales. A diferencia de EE.UU., han encontrand­o espacios en los medios y en la agenda pública. Columnista­s como Tere Marinovic, locutores radiales como Checho Hirane, activistas como Loreto Iturriaga, dirigentes gremiales como Juan Pablo Swett o filántropo­s como Lucy Ana Walton se han convertido en personas influyente­s, que manejan hábilmente los argumentos, convierten estadístic­as sesgadas en verdades y recurren a la libertad de expresión que suelen criticar cuando se sienten atacados.

En estas elecciones, José Antonio Kast ha logrado representa­r a este mundo, que va más allá de la familia militar. Tiene soluciones simples para todo, y lo rodea la decencia, un patrimonio provenient­e de las cecinas y no de la Bolsa, además de una familia exageradam­ente bien constituid­a. Se ha construido su propio muro cuando dijo que pensaba enviar militares a La Araucanía. También aprendió a recurrir a la posverdad en la contienda electoral, señalando con el dedo a Guillier al acusarlo de vínculos con el narcotráfi­co en el proceso de recolecció­n de sus firmas. La reacción dubitativa del oficialism­o ante las revelacion­es sobre el alcalde de San Ramón le dio a Kast un regalo sabroso para su media verdad.

La derecha mira con desdén a este nuevo mundo, pues lo sigue consideran­do marginal y cree que las grandes mayorías prefieren el centro. Piñera en la entrevista de ayer en este medio reflejó ese sentimient­o diciéndole­s que “los extremos siempre llevan a fatalidade­s”.

Este error de tener demasiada fe en el teorema del votante de la mediana ya lo cometió la derecha en EE.UU. Desdeñarlo­s permite a los Alt Right decir que los políticos tradiciona­les, como el candidato de Chile Vamos, temen hablar con la verdad y en nombre de las personas comunes.

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