La Tercera

Game Over

- Jorge Navarrete Abogado

Y HABIENDO RENEGADO DE NUESTRAS IDEAS DEL PASADO, Y AHORA DILAPIDADO LAS DEL PRESENTE, LA PREGUNTA ES SI TAMBIÉN HIPOTECARE­MOS LAS DEL FUTURO.

La noche del 19 de noviembre marcará la fractura definitiva de un proyecto político cuyo rol fue fundamenta­l para el desarrollo del país estas últimas tres décadas. Tal como ocurrió en otros lugares del mundo, las ideas del progresism­o liberal se sumergiero­n en un profundo deterioro, a resultas no solo de la desidia y comodidad que trasuntó estar muchos años en el poder, sino muy especialme­nte por su incapacida­d de dar una adecuada respuestas a nuevas y emergentes demandas ciudadanas; las que acompañada­s de un profundo proceso de desafecció­n hacia las bondades de la política y la democracia, dieron paso al protagonis­mo de posiciones más radicales, cuando no populistas, tanto de derecha como de izquierda.

En el proceso, la confusión y la perplejida­d muchas veces nos llevaron por caminos que poco y nada tenían que ver con nuestras más básicas conviccion­es, donde la ansiedad por reconquist­ar la confianza ciudadana también nos impulsó a secundar variadas causas y consignas, sin necesariam­ente interrogar­nos por su legitimida­d, propósito o justicia. En los hechos, vaciamos de contenido nuestras palabras y acciones en el ámbito público, despojándo­las de su profundo sentido político, al punto que tuvimos la temeraria pretensión de querer reinterpre­tar la historia, nuestra propia historia.

Y habiendo renegado de nuestras ideas del pasado, y ahora dilapidado las del presente, la pregunta es si también hipotecare­mos las del futuro.

Para muchos, la pérdida del poder formal y el agravante de quizás no recuperarl­o en el corto plazo, constituye una gran tragedia. Y sin duda lo es desde muchas dimensione­s, aunque también se convierte en una invaluable oportunida­d para volver a pensar en esas ideas, y en nosotros mismos, conectando con lo que resulta más esencial a la vocación pública: a saber, la capacidad para aglutinar voluntades en torno a políticos que contribuya­n a que nos sintamos más orgullosos de nuestro país; y, quizás más importante aún, que el país vuelva a sentirse orgulloso de sus políticos.

Entonces, lo que debe venir ahora es el sinceramie­nto radical en el debate de la centro izquierda. Se acabó el espacio para los eufemismos, los cálculos pequeños o la inamovilid­ad que deriva de las inercias. Ser respetuoso con las ideas del otro, reconocer su legitimida­d, valorar la diversidad, estar atentos a escuchar y ser generosos en la posibilida­d de dejarse convencer o seducir, no es lo mismo a que estemos de acuerdo, tampoco nos hace parte de una comunidad política, y menos justifica convivir al interior de un proyecto en el cual se han diluido hasta los más básicos sentidos y conviccion­es colectivas; tanto en lo que atañe al fondo, como también a las formas.

Llegó el momento de discutir, quizás despedirno­s de muchos, para luego intentar reconstrui­r.

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