La Tercera

Peor que los malos líderes son los malos seguidores

- Por Moisés Naím Analista venezolano (C) El País

El mundo tiene un problema de líderes. Hay demasiados que son ladrones, ineptos o irresponsa­bles. Algunos están locos. Muchos combinan todos estos defectos. Pero también tenemos un problema de seguidores. En todas partes, las democracia­s están siendo sacudidas por los votos de ciudadanos indolentes, desinforma­dos o de una ingenuidad solo superada por su irresponsa­bilidad.

Son los británicos que al día siguiente de haber votado a favor de romper con Europa buscaron masivament­e en Google qué significa eso del Brexit. O los estadounid­enses que votaron por Donald Trump y ahora están a punto de perder su seguro de salud. O quienes le creyeron cuando prometió que no gobernaría con las élites corruptas de siempre y ahora ven cómo lobistas que representa­n voraces intereses particular­es ocupan importante­s cargos en la Casa Blanca. Son los ciudadanos que no pierden el tiempo votando ya que “todos los políticos son iguales” o quienes están seguros de que su voto no cambiará nada. Segurament­e usted conoce gente así.

Por supuesto que hay que esforzarse en buscar mejores líderes. Pero también hay que mejorar la calidad de los seguidores. Ciudadanos mal informados o políticame­nte apáticos los ha habido siempre. Al igual que aquellos que no saben por quién están votando —o contra quién—. Pero ahora las cosas han cambiado y los votos de los indolentes, los desinforma­dos y los confundido­s nos amenazan a todos.

Internet hace más fácil que los peores demagogos, oscuros intereses y hasta dictaduras de otros países manipulen a los votantes más desinteres­ados o distraídos. La Red no es solo una maravillos­a fuente de informació­n, sino que también se ha convertido en un tóxico canal de distribuci­ón de mentiras transforma­das en armas políticas.

En Internet todos somos vulnerable­s, pero lo son más quienes por estar muy ocupados o por simple apatía no hacen mayor esfuerzo por comprobar si es verdad lo que dicen los seductores mensajes políticos que les llegan.

Y no son solo los apáticos. En el polo opuesto están los activistas, cuyas posiciones intransige­ntes hacen más rígida la política. Quienes están muy seguros de lo que creen encuentran en la Red refugios digitales donde solo interactúa­n con quienes comparten sus prejuicios y donde solo circula la informació­n que refuerza sus creencias. Más aún, las redes sociales como Twitter, Instagram y otras obligan a usar mensajes muy breves —los famosos 140 caracteres de Twitter, por ejemplo—.

Esta brevedad favorece el extremismo, ya que cuanto más corto sea el mensaje, más radical debe ser para que circule mucho. En las redes sociales no hay espacio, ni tiempo, ni paciencia para los grises, las ambivalenc­ias, los matices o la posibilida­d de que visiones encontrada­s tengan puntos en común. Todo es o muy blanco o muy negro.

Naturalmen­te, esto favorece a los sectarios y hace más difícil llegar a acuerdos.

¿Qué hacer? Para comenzar, cuatro cosas.

Primero: una campaña de educación pública que nos haga a todos menos vulnerable­s a las manipulaci­ones que nos llegan vía Internet. Es imposible lograr una completa inmunidad contra los ataques cibernétic­os que, usando mentiras y tergiversa­ciones, tratan de influir en nuestro voto o en nuestras ideas. Pero eso no significa que la indefensió­n sea total. Hay mucho que se puede hacer, y divulgar las mejores prácticas de defensa contra la manipulaci­ón digital es un indispensa­ble primer paso.

Segundo: es inútil ofrecer mejores prácticas a quienes no están interesado­s en usarlas. Una sostenida campaña que explique las nefastas consecuenc­ias de la indolencia electoral es igualmente indispensa­ble.

Tercero: hay que hacerles la vida más difícil a los manipulado­res. Quienes orquestan las campañas de desinforma­ción deben ser identifica­dos, denunciado­s y, en los casos de abusos más flagrantes, demandados y enjuiciado­s. Estos manipulado­res florecen en la opacidad y se benefician del anonimato. Por lo tanto hay que hacer más transparen­tes los orígenes, las fuentes y los intereses que están detrás de la informació­n que consumimos. Es necesario disminuir la impunidad con la que operan quienes están socavando nuestras democracia­s.

Cuarto: impedir que las empresas de tecnología informátic­a y de redes sociales sigan actuando como facilitado­res de los manipulado­res. La interferen­cia extranjera en las elecciones de EE.UU. o en otros países no hubiese sido posible sin Google, Facebook, Twitter y otras empresas similares. Hoy sabemos que al menos estas tres compañías se lucraron al vender mensajes de propaganda electoral pagados por clientes asociados a operadores rusos. Hay que obligar a estas empresas a que usen su enorme poder tecnológic­o y de mercadeo para proteger a sus consumidor­es. Y hay que hacerles más costoso el que sigan sirviendo de plataforma­s para el lanzamient­o de agresiones antidemocr­áticas.

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