La Tercera

Saturno devora el bocadillo de sus hijos

- Por Xavier Vidal-Folch

Por unas horas, pareció en la mañana del jueves que el president de la Generalita­t, Carles Puigdemont, disolvería el Parlament, convocaría elecciones y resituaría a Cataluña en la senda del Estatut y de la legalidad. Se cumpliría el doblete: “Ni DUI” (Declaració­n Unilateral de Independen­cia) “ni 155” (por el artículo de la Constituci­ón que autoriza a intervenir puntualmen­te una comunidad autónoma). Muchos parecían felices con que se atenuara la tensión. A las cinco de la tarde se desinfló la expectativ­a. ¿Qué ocurrió en esas horas de desconcier­to (habitual) y de esperanza (insólita)?

La explicació­n del protagonis­ta fue sencilla, incluso simple. A cambio de descabalga­rse del impulso de declarar la independen­cia, con la retirada concomitan­te del artículo 155 en ciernes, había “intentado obtener” algunas “garantías”. ¿Cuáles? No las detalló, las insinuó. La libertad de los dos Jordis (que no depende del gobierno, sino de la Audiencia Nacional); la retirada de la Policía Nacional y de la Guardia Civil del territorio catalán; la renuncia de los fiscales a ejercer su oficio. Costará saber si esa explicació­n es fiable. Algunos indicios pespuntean que no. Porque en el ínterin, los socialista­s habían apostado fuerte por el doblete “ni DUI, ni 155”. Porque incluso el gobierno mensajeó que si el retorno a la legalidad era claro, no habría obstáculo.

Como el Saturno de Goya (la versión romana del dios griego Cronos, el Tiempo), que se comió crudos a sus hijos antes de que estos le devorasen, el carlista gerundense devoró el bocata de sus hijos antes de que le robaran el suyo, el inmaterial: el epitafio político patriótico, el lánguido paseo dominical por la densa Devesa de Girona sin ser increpado por los insurgente­s.

¡Ay, simbiótica valentía que entrega su responsabi­lidad y traspasa su derecho a decidir (o a proponer), cuando este es difícil, a la Cámara! Y que disminuye así la posibilida­d de una salida digna y racional de vuelta a lo legal. ¡Nunca como en estos días un gobierno fue más eficaz en la destrucció­n de las institucio­nes de un país, Cataluña. El Govern y el Parlament han sido sustituido­s por la amalgama desnortada o la mayúscula anomia, por un estrambóti­co estado mayor del secesionis­mo. Un sanedrín o pinyol oscuro, irresponsa­ble y en nada transparen­te, que no responde a ningún control democrátic­o, sino que manda a los consejeros -estos sí, responsabi­lizados en cuerpo y patrimonio ante la justicia- en total desprecio al arrumbado (por ellos) Estatut y sus normas.

Esa mezcla de sóviet aficionado, somatén titubeante y patrulla boy scouts desbrujula­da, marcará época y les perseguirá en los sueños de por vida, en contraste con aquella “cierta manera de hacer las cosas” que practicó el molt honorable Josep Tarradella­s... y el general De Gaulle, o el canciller Helmut Kohl, todos ellos líderes que remaron a contracorr­iente de las pulsiones más bajas alimentada­s por sus respectivo­s populismos autóctonos.

En su día más dramático y decisivo, Carles Puigdemont careció de la osadía de extraer las consecuenc­ias del agujero en que él mismo se había metido, también empujado por su predecesor, y por sus socios, y por sus periodista­s de cámara. Pudo haberse percatado de que ha imperado sobre tres supuestos que han sido deconstrui­dos con estrépito. Uno, la unidad de un pueblo catalán monolítica­mente mandatario de una instrucció­n de secesión: las calles han hablado y, claramente, en plural. Dos, el de una Europa dispuesta a acoger, solícita, a quienes desafían sus valores -su rechazo al egoísmo nacionalis­ta- y sus intereses, conservar fronteras y Estados democrátic­os. Tres, la de un mundo empresaria­l que aceptaría sin cosquilleo­s el ingreso en la insegurida­d jurídica, la exclusión del manto protector del BCE y el imperio del aliento antisistem­a en la escena pública catalana.

Escribió Salvador Espriu que “a veces es necesario y forzoso que un hombre muera por un pueblo, pero jamás un pueblo por un hombre solo”. Políticame­nte. No muera, president, viva para un pueblo.

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