La Tercera

La derecha y la libertad

- Axel Kaiser Director ejecutivo Fundación para el Progreso

“La libertad- escribió Lord Acton- “no es un medio para un fin político más elevado. Es en sí misma el fin político más elevado”. Ese debería ser el “norte polar”, como lo llamó el mismo Acton, de una derecha liberal en Chile de cara al futuro. Por supuesto la gran pregunta consiste en determinar qué es la libertad. El mismo Lord Acton la definió como la protección que debía asistir a cada hombre para “hacer lo que crea es necesario para frenar la influencia de la autoridad, de las mayorías, de la opinión y de la costumbre”. Según una formulació­n similar, la libertad consiste en la posibilida­d de elegir un camino de acuerdo al propio juicio y de llevarlo a adelante sin ser arbitraria­mente coaccionad­os por terceros.

Esta idea de libertad es la que debería recoger una derecha moderna. Su fundamento es la autonomía personal -nadie le puede imponer a usted un curso de acción que no ha elegido- pero su florecimie­nto no es independie­nte de la cultura y de la comunidad en que usted vive. Un liberalism­o moderno no puede, por tanto, reducir la libertad a un principio puramente abstracto, pues ésta es, a fin de cuentas, una conquista cultural específica. De lo anterior se sigue que una derecha liberal no debiese adoptar posiciones dogmáticas en materias complejas. Razonadame­nte se puede plantear la necesidad de controlar la inmigració­n, de legalizar inteligent­emente las drogas, de despenaliz­ar limitadame­nte el aborto y de permitir la eutanasia condiciona­da. Una derecha liberal no debería, en otras palabras, temer a márgenes de autonomía en cuestiones valóricas que solo afectan a los directamen­te involucrad­os sin compromete­r el complejo orden social que hace posible el despliegue de esa misma autonomía.

Así como el liberal debe aprender de la tradición, no debe temer al cambio. A lo que debe oponerse, siguiendo a Acton, es al poder arbitrario: el de la costumbre, el de las mayorías democrátic­as, el de la la opinión aceptada, el de los grupos de interés empresaria­les, laborales o de cualquier otro tipo y sobre todo al del Estado. El compromiso liberal fue, desde sus orígenes, la reducción de la injerencia del

Estado. El Estado -ese grupo de personas que detenta el monopolio de la violencia- al operar mediante la coacción niega la autonomía personal y socava la voluntarie­dad que funda la sociedad civil. Su función es fundamenta­l pero debe consistir en delimitar esferas de responsabi­lidad y no en dirigirnos en nuestras acciones, pues, aunque nos alimente y nos vista como sueña el socialismo, cuando nos dice qué podemos opinar, consumir, enseñar a nuestros hijos y cuando solo nos permite conservar una fracción de los frutos de nuestro trabajo, ataca, al decir de Carl Jung, aquello que funda nuestra dignidad y nos hace únicos.

Una derecha liberal debe, por lo mismo, confiar que el progreso es generado desde abajo por el esfuerzo individual y el poder creador del espíritu humano facilitand­o cuidadosam­ente opciones a los desaventaj­ados cuya libertad jamás debe cuestionar. No debe tampoco inclinarse ante al discurso políticame­nte correcto cediendo ante la perniciosa idea de que ciertas visiones deben ser sancionada­s o excluidas del debate por resultar ofensivas a grupos determinad­os. Un liberal debe defender la libertad de expresión aunque deteste lo que oiga porque la esencia de la libertad consiste en hacer y decir cosas con las que nadie más está de acuerdo. Por último, un liberal no puede caer en un relativism­o valórico que considere todo tipo de costumbres y principios como igualmente aceptables.

La libertad es un valor que debe ser defendido como “el fin político más elevado” y eso significa que se debe estar dispuesto a reclamar la superiorid­ad moral de un sistema legal, económico y cultural que la sustenta afirmando las tradicione­s e institucio­nes informales que lo hacen posible.

Así como el liberal debe aprender de la tradición, no debe temer al cambio. Debe oponerse al poder arbitrario.

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