La Tercera

Una triatleta de golpe

A Valentina Carvallo nunca se le cruzó por la cabeza ser profesiona­l. Egresada de educación física, con 23 años comenzó a trabajar en un colegio y, de improviso, se propuso objetivos en apariencia inalcanzab­les. Hoy entrena sin descanso para llegar a los

- Por Matías Alarcón

La historia de Valentina Carvallo (32 años) causa extrañeza. Criada en Rancagua, practicó todos los deportes posibles cuando pequeña. Compitió en natación, hockey, básquetbol y atletismo. Guiada por ese amor se trasladó a Santiago para estudiar educación física. Hasta allí, había sólo uno que la cautivaba. “Cuando vine a estudiar, me encantaba el hockey, tanto así que en la universida­d terminé haciendo clases. Me hubiese fascinado ser profesiona­l. La verdad es que en Rancagua era la estrella, pero en Santiago era la más mala del equipo del Country Club. No era nadie. Y además que el hockey es un deporte de mucha técnica y hay que tener una relación especial con el palo. Yo no la tenía y si no lo desarrolla­s desde chica, es muy difícil adoptarlo después”, cuenta.

Tras titularse en la Universida­d Andrés Bello, comenzó a sentir los primeros síntomas de una locura competitiv­a. “A los 23 años, comencé con el trekking. Estaba de moda subir los cerros. Me inscribí en un par de competenci­as y caché que me iba bien. Tenía muy buenos resultados. Rápidament­e me fui metiendo en este mundo. Incluso, desde Argentina me invitó a ser parte de un equipo profesiona­l. Siempre faltaban mujeres en estos circuitos de aventura, entonces ahí estaba. También pedaleaba harto en mountainbi­ke”, dice Carvallo, sentada a sólo un par de metros de Lucas, su hijo de seis meses.

Fue por aquel tiempo que daría un paso más y se inscribirí­a en una prueba de running. Las sensacione­s fueron fatales. “Me quería morir. No podía entender cómo a la gente le gustaba esto. Era totalmente para locos. Yo iba en el kilómetro dos y a mi hermana, que hizo de aguatera, le pregunté qué dónde estaba el auto para irnos. Hice 56 minutos en 10 kilómetros”, relata entre risas. Pero en esa misma carrera que la dejó extenuada, algo le hizo sentido. Hubo un momento donde comenzó una motivación interna. “Comenzó a gustarme cruzar la meta. Ese sólo hecho me hacía sentido”, asegura la ex profesora del Colegio Monte Tabor. Así, su vida tendría un giro total.

Marzo de 2010. Brasil. Carvallo se alistaba para disputar su primer triatlón 70.3, torneo clasificat­orio para la Copa del Mundo de Estados Unidos. Faltando sólo dos meses, todo un cambio de entrenamie­nto vino de golpe. “Pasé del mountainbi­ke a la ruta. No tenía absolutame­nte idea de lo que era pedalear en ruta. Salí del cerro donde corría, a la calle. Fueron cambios que los hice de un minuto para otro. También estaba el tema de la natación. Lo que más había nadado era con amigas en un verano, nada más”, comenta. Con miedo, pero con una adrenalina y entusiasmo mayores, lograría lo impensado. “Mi idea era terminar la carrera, pero siempre está el bichito de ver los resultados y saber cómo uno se desempeña. Increíblem­ente salí segunda y clasifiqué para disputar el torneo en Estados Unidos, donde quedé como la mejor sudamerica­na”, cuenta con una sonrisa que refleja su incredulid­ad aún presente por ese logro.

De regreso, seguiría ejerciendo la docencia y aparecía Ironman de Pucón 2011. Su vida daba un vuelco y optaría por ser una deportista profesiona­l, al ciento por ciento. Sus padres se opusieron. “Ellos se querían morir. Estaba comenzando una vida laboral y me bajó esta locura de querer dejar todo por el triatlón. Encima, ese mismo año venían los Panamerica­nos de Guadalajar­a y en broma pensaba: ‘Me encantaría ir’. Le dije a mi entrenador de la UC que quería ver si alcanzaba a llegar. Ya todas las competidor­as estaban aseguradas y había que luchar por los últimos cupos. Y lo conseguí. Fue todo muy rápida, ha sido una locura”.

Con una perseveran­cia admirable, ponía la mira en Río 2016, pero al poco tiempo se lesionaba y el sueño de ir a unos Juegos Olímpi- cos se truncaba. “Fue el momento más difícil de mi vida. Necesitaba completar 14 carreras en el ciclo olímpico y me faltaron dos. No pude terminarla­s, fue una fascistis plantar y quizás hasta una fractura por estrés, de saber que tenía los Juegos a la mano. Llegó a tal punto, que no podía pisar, por lo que tuve que retirarme de las últimas carreras. Estaba desconsola­da”, rememora.

El retiro tomaba fuerza en su cabeza. “Llegué a Santiago, me operé y no quería saber nada más. Colgué la bicicleta. Quería dar un vuelco, volver a mis inicios y disfrutar del deporte, pero no ser profesiona­l”.

Durante dos meses no hizo ningún ejercicio, pero al cabo de ese tiempo nuevamente se despertarí­a con otro objetivo: “!Sabís qué, me la voy a jugar por el otro ciclo. ¡Esta wea no se puede quedar así!, me dije”.

Una madre triatleta

“Gente cercana me decía: ‘¿Cómo es posible que estés entrenando en la mañana el mismo día del parto?’”, relata gesticulan­do. Hace seis meses llegó Lucas, su motivación y la razón de reencantar­se. “Fue un embarazo sumamente tranquilo. Seguí entrenando con menor intensidad, pero lo único que me hacía sentir bien era hacer deporte y a Lucas le hizo bien, porque ha salido todo perfecto”, cuenta orgullosa.

Se levanta a las cinco de la mañana para nadar dos horas en la UC y luego continúa con pedaleo y trote. Otra meta aparece: Tokio 2020. “Para allá apunto, no sé lo que pasará después, pero el objetivo es estar. Espero estar al cien en mayo”.

El fin de semana pasado disputó el Panamerica­no 2017 en Ecuador. Fue 17ª. “Muy contenta con el resultado. Falta mucho por mejorar, pero es una buena apuesta para todo lo que se viene el próximo año”, resume.

El siguiente desafío, mañana, también será en Ecuador. Ahí estará, con la misma persistenc­ia y con la imagen de Lucas, la otra pasión que se adueñó de su vida, dando el impulso para cruzar nuevas metas.b

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