Dónde se pierden los países
En la campaña presidencial hay nada menos que ocho candidatos y quizás dos grandes posturas con variaciones sobre el mismo tema. Primero, Guillier y Goic que ofrecen más de lo mismo, con pequeños matices y más o menos el mismo tipo de liderazgo en que cambian de opinión según las circunstancias y conveniencias más que principios. Hace pocos días ambos señalaron que no apoyarían el pago de la farra de TVN en este gobierno. Hoy está claro que ambos la apoyarán. Les apretó el zapato los que realmente mandan en ese sector y que no son los candidatos. Con todo, son mejores que los cuatro candidatos de la izquierda dura: Nava- rro, Artés, MEO y Sánchez. Cuatro con la misma canción. Para ellos hay que rehacer el país desde la raíz; quieren refundarlo con diversas variaciones de la receta socialista ortodoxa que ha fracasado allí donde se ha intentado. Siguen aún en la primera mitad del siglo pasado.
Navarro y Artés no sabemos si son candidaturas reales o alguna forma de humorada social. He llegado a pensar lo segundo con Artés. Lo más probable es que ni siquiera alcancen un 1%. Hacen más ruido que aportes. Sánchez fue un globo que se desinfló y nadie es capaz de imaginarla gobernando un país moderno. De hecho, hace escarnios de las competencias técnicas y estima que cualquier persona podría ser presidente, ministro o dirigir una gran empresa estatal. MEO se ha vuelto muy agresivo; cree que hablar más es mejor, y en este tercer intento sacará menos votos que en los dos anteriores. Básicamente, ya no se le cree.
En este grupo de seis candidatos, sus “programas” son expresión del populismo. Ninguno parece entender las restricciones de toda realidad ni las complejidades del mundo entrado el siglo XXI. Estos gobiernos duran hasta que se acaba la plata y la capacidad de deuda, salvo que se transformen en dictaduras como está ocurriendo por ejemplo en Venezuela. Saben gastar (y no muy acertadamente) pero no producir. Todos creen en un dios llamado Estado, que por arte de gracia resuelve todos los problemas de manera espectacular.
Una tercera opción es la de J.A. Kast, que podríamos calificar quizás como la más conservadora, tanto en lo valórico como en lo económico. La honestidad de Kast en el planteamiento de sus convicciones le hizo ganar el respeto de mucha gente, y sin duda va a ser lo más novedoso de la campaña. Pero al parecer no es su tiempo aún.
Finalmente tenemos la opción de Piñera, que es de centroderecha y ofrece retomar el exitoso rumbo perdido, de lo que fue la modernización de la economía y las políticas sociales tanto en el gobierno militar como en las adecuaciones de la Concertación. Ofrece un gobierno que busca consensos, y una gestión de alta calidad en la consecución de acuerdos y el uso de recursos fiscales. Lo avala su experiencia de haber sido gobernante y haber hecho un gran gobierno. Quizás lo más determinante en esta elección será el Congreso bajo una nueva ley electoral de muy mala factura técnica, como casi todo lo que ocurrió en este gobierno. Se otorgó más poder al Congreso al aumentar los cargos y hacer cada día más compleja la gobernabilidad en un régimen muy presidencialista. Ya tenemos más de 30 partidos políticos.
A estas alturas de la campaña los dados parecen echados. Si Piñera no gana en primera vuelta, en cuyo resultado los votos de Kast pueden ser relevantes, lo acompañará Guillier al balotaje. La opción es clara: seguir con más de lo mismo que Bachelet pero en un país más empobrecido, o intentar retomar el camino de progreso. Con todo, lo más sabroso será escuchar a seis candidatos digerir sus palabras grandilocuentes y su certeza de triunfo, absurdas para todos los que observamos el espectáculo. Los países se pierden cuando son víctimas del populismo.