La Tercera

Un gobierno de mayoría

- Por Hugo Herrera

La abstención electoral significa pérdida de legitimida­d del sistema político. En Chile, ella expresa un fenómeno complejo. Parece haber satisfacci­ón en la esfera íntima, a la vez que pérdida de confianza en la institucio­nalidad. Habría que preguntars­e en qué campo ubicar los omnipresen­tes trastornos del ánimo. También hay aspectos del eventual malestar relacionad­os, precisamen­te, con virtudes de aquella institucio­nalidad, la cual ha posibilita­do que, por primera vez en la historia, las clases medias chilenas sean mayoritari­as. Este encomiable resultado es, sin embargo, también fuente de presión, pues, al mismo tiempo que amplios sectores del país mejoran sus condicione­s vitales, se hallan muchas veces angustiado­s por una situación devenida inestable.

En este escenario, es especialme­nte relevante que las elecciones sean instancias de participac­ión masiva. En dos sentidos. Tal participac­ión permite que el sistema político sea un reflejo menos distorsion­ado de los anhelos populares. Estos pueden encontrar acogida en autoridade­s que los reflejen más fehaciente­mente, de tal suerte que el país logre irse configuran­do de modos que otorguen expresión y cauce a lo que se piensa y siente a nivel popular.

Pero, además, una participac­ión masiva es fundamenta­l para dotar a las autoridade­s de legitimida­d. Es muy distinto cuando un gobierno puede invocar ser la expresión de una mayoría amplia, cercana a la mayoría absoluta de la ciudadanía, que de una muy distante con ella.

En ese caso, se forman gobiernos de minoría. Entonces, a la oposición se le abre la vía de ampararse en las encuestas y la movilizaci­ón social, para pasar a atribuirse la representa­ción extrainsti­tucional de una voluntad popular potencialm­ente mayoritari­a. Puede empezarse a jugar, así, una partida para la cual la izquierda posee especial habilidad. La mostró en 2011, tal como a lo largo de gran parte del siglo pasado.

Más allá de las calculador­as partidista­s y las cuentas de las campañas, este debiese ser un objetivo de todas las candidatur­as a la Presidenci­a, especialme­nte de aquellas dotadas de mayores posibilida­des de éxito: lograr masividad en la participac­ión en las elecciones. Tras los elocuentes resultados de la encuesta CEP, esta responsabi­lidad recae particular­mente en la candidatur­a de Sebastián Piñera.

La Presidenci­a de la República es una herramient­a formidable. Pero una condición de posibilida­d de su operación eficaz –además de las capacidade­s, destrezas y aplomo de quien la ejerza– es que el presidente electo cuente con el voto de un porcentaje significat­ivo del cuerpo ciudadano. Un programa de reformas –y, convengámo­slo, la hora actual exige reformas importante­s– puede llevarse adelante mucho más fácilmente, con menos hostilidad y mayores energías puestas en la calidad de los proyectos y en los efectos que tendrán en el mediano y largo plazo, si ese programa es la expresión de amplios sectores del pueblo. En cambio, la ansiedad por adoptar medidas apresurada­s, que terminan conduciend­o a errores, irrumpe con más vehemencia cuando el gobierno respectivo se sabe en una posición minoritari­a, y es acicateado o por el desplome en la aprobación o por las protestas o por ambos.

Frente a la crisis de largo aliento que enfrentamo­s; ante la correlativ­a exigencia de emprender reformas como la modernizac­ión del Estado, la regionaliz­ación, generar condicione­s para una efectiva integració­n nacional, para mejorar la productivi­dad de nuestra economía; delante del requerimie­nto, entonces, de sentar bases sobre las cuales encauzar el malestar social hacia formas institucio­nales que permitan el florecimie­nto de las gentes, de organizar nuestra existencia política para las próximas décadas, la candidatur­a presidenci­al de la centrodere­cha ha de destinar esfuerzos decididos a lograr una alta participac­ión.

Restarse a ese impulso, por ver una intenciona­lidad política en el reciente y tardío llamado del Gobierno a concurrir a las urnas (que, es cierto, no se hizo respecto de las primarias), importaría desconocer el desafío del momento presente y caer, además, en una especie de peligroso juego con la actual alicaída administra­ción. Todo ello, en fin, bajo el supuesto de que los aún indecisos poseen tendencia prepondera­nte, son como una mayoría silenciosa; algo que, tras las últimas mediciones, resulta altamente improbable.

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