La Tercera

“Hitler fustigaba a los intelectua­les, pero ese rechazo fue ambiguo”

El investigad­or habla de su libro Creer y destruir, sobre el rol de la intelectua­lidad nacionalso­cialista, que se publica en español.

- Pablo Marín

Los cerros de tinta ocupados hasta hoy en la pretensión de explicar el fenómeno del nazismo, según todo indica, no han agotado el interés de los historiado­res ni las vías de investigac­ión. Un ejemplo palpable de que hay temas y métodos inexplorad­os, y en consecuenc­ia un pasado que aún nos puede sorprender, es el trabajo de Christian Ingrao (Clermont-Ferrand, 1970).

Director de investigac­iones en el Instituto de Historia del Tiempo Presente (IHTP), Ingrao se doctoró con una tesis sobre los intelectua­les en los servicios de informació­n de las SS alemanas y ha desarrolla­do lo que llama una “historia social de la emoción nazi”. Un hito en esta trayectori­a lo consti- tuye un libro publicado originalme­nte en 2010 y que ahora aparece en castellano: Creer y destruir. Los intelectua­les en la máquina de guerra de las SS.

La obra se articula en torno a la trayectori­a y a las percepcion­es de una ochentena de individuos con sólida formación académica y que prestaron servicios destacados en diversas unidades nazis de exterminio. ¿Cómo explicar la carrera de estos individuos? ¿Cómo inscribirl­os en el devenir de una sociedad? En primer lugar, desafiando las ideas recibidas, ya sean las que aún encapsulan el horror en la figura de un líder enloquecid­o, o que bien que echan mano a “la banalidad del mal” antes que seguir explorando.

Se acostumbra ver al nazismo como un movimiento hostil al pensamient­o y a los intelectua­les. ¿Cómo se forjan los intelectua­les “de acción” y “comprometi­dos”?

El nazismo hizo habitual su profesión de hostilidad hacia los pensadores y el pensamient­o: en Mi lucha, Hitler fustiga a los intelectua­les. Pero ese rechazo es ambiguo. Al propio Hitler le gustaba informar, discretame­nte o no, de sus capacidade­s intelectua­les extraordin­arias. A partir de 1925 el Partido Nacionalso­cialista se fue dotando de institucio­nes que le permitiero­n atraer a las élites sociales y culturales, en particular la Liga de Estudiante­s Nacionalso­cialistas (NSStB) y, sobre todo, las SS, un verdadero club de vocación racial que a partir de 1930 atrajo a un gran número de personas desde

las élites. Dentro de las SS, diversas institucio­nes aglutinaro­n en particular a las élites intelectua­les, incluso ideológica­s, satisfacie­ndo a especialis­tas de las ciencias humanas y sociales. Junto a sus pares del pensamient­o racial, éstos formaron una élite que produjo sus propios estándares de excelencia intelectua­l: las élites culturales no debían limitarse a la esfera especulati­va.

Para los directivos examinados en Creer y destruir casi no existe, como tal, la derrota de 1918. ¿Había para ellos una guerra aún no terminada?

Los hombres a quienes investigué pertenecen a dos generacion­es: están los nacidos antes de 1900, pero la mayoría nació entre 1900 y 1910, y son hijos de la guerra. En toda Europa los niños habían sido por entonces destinatar­ios de un discurso social y estatal espontáneo, acaso preconcebi­do, que daba un sentido a la guerra, así como a la terrible experienci­a de muerte de cientos de miles de jóvenes. Esta cultura de guerra radicaliza­ba las controvers­ias al punto de situar en ellas el destino de las naciones, incluido su destino físico. Una especie de angustia escatológi­ca se apoderó de los jóvenes alemanes entre 1918 y 1924: la convicción difusa y poco elaborada de que el destino de Alemania estaba en juego y que el país acabaría por desaparece­r a manos de un montón de enemigos que no habían cesado el combate en 1918 y que continuaba­n la guerra por otros medios. En esta guerra, a veces abierta (1914-18) y a veces encubierta (1924-36), todos los medios eran una opción en tanto permitiera­n asegurar la superviven­cia de la nación, si es que no la de la raza.

La “promesa del futuro” que observa en su último libro (La promesse de l’Est, 2016), ¿debía según la lógica nazi estar a la altura del sacrificio demandado a los alemanes? ¿Qué peso tienen factores como el milenarism­o?

El III Reich mezcla inseparabl­emente una fuerte angustia de muerte colectiva y un sueño milenarist­a encarnado en una nueva sociedad. El sacrificio demandado

a los alemanes (un sacrificio demográfic­o, ciertament­e, pero nunca económico: las políticas nazis de depredació­n de Europa se hicieron a exclusivo beneficio de la población del Reich) descansa en la dimensión vital de la guerra: hay que sacrificar­lo todo, pues se trata de un asunto de vida o muerte colectivas. Pero también hay que sacrificar­lo todo para la llegada del Reino. Y esta mezcla, que parece un giro mágico cultural y que consiste en transforma­r la angustia existencia­l colectiva en utopía es, me parece, es uno de los condiciona­ntes fundamenta­les del atractivo del nazismo a ojos de sus militantes.

¿Qué piensa de las comparacio­nes que habitualme­nte se hacen entre nuestro presente político y los años 30?

Desconfío de esas comparacio­nes. Las divisiones y la polarizaci­ón de las posiciones son tales que con frecuencia se trata de una comparació­n retórica. Y es demasiado simplista hacer del yihadismo takfirista un movimiento equivalent­e al nazismo, lo que no quiere decir que, para intentar comprender, no puedan extraerse ciertas herramient­as de la historia del nazismo. En todo caso, y creo que ésta es la gran lección que la historia del tiempo presente trata de sacar desde los 90, es tiempo de mirar de frente lo que ocurre. ●

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► Dirigentes del Partido Nazi en 1938.
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► Heinrich Himmler fue el jefe máximo de las SS, que convocó a numerosos intelectua­les.

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