La Tercera

El riesgo de la abstención

- Ingeniero civil industrial MBA Por Carlos Correa

La otra variable que parece decidida en esta elección es el alto abstencion­ismo. Puede que vayan a las urnas menos personas que los llamados “votantes probables” que presentan las empresas encuestado­ras. La razón metodológi­ca es sencilla: la cantidad de personas que declaran que votó en las elecciones municipale­s es mayor a la que realmente lo hizo. Lo mismo sucede con quienes declaran la intención de ir a votar.

Las razones son diversas. Influye mucho una sociedad despolitiz­ada, donde los individuos tienen más confianza en sí mismos, en su esfuerzo y en su entorno cercano, y cada vez menos en las institucio­nes democrátic­as como el Parlamento, el Poder Judicial o los partidos políticos. La sensación cada vez mayor de que los políticos hablan cosas muy alejadas de los problemas comunes de las personas y parecen más enfrascado­s en recalcar sus propias diferencia­s que en buscar acuerdos favorables para el país, también aleja de las urnas. Esta satanizaci­ón de los acuerdos, representa­da por la caricatura de la “cocina de Zaldívar”, fue fatal para la propia reputación del Parlamento, donde están los antiguos líderes estudianti­les. Las nuevas generacion­es de políticos, de manera inconscien­te, también han contribuid­o a alejar a sus propios electores de las urnas.

También hay un efecto de las recientes reformas que recortaron la publicidad de las elecciones, anunciadas con bombos y platillos por la llamada Comisión Engel, y que a la larga han implicado que haya menos informació­n disponible sobre por quién votar. El Servel ha puesto lo suyo para aumentar la abstención. Su estrategia, más centrada en la fiabilidad de los resultados que en crear mecanismos para facilitar el acto de votación, enreda a los electores respecto a dónde y por quién votar. El bochorno reciente de los cambios de dirección muestra el poco interés de dicho organismo en aumentar la cantidad de votantes.

El cambio al sistema binominal no ha sido acompañado en ningún momento por una campaña que explique claramente qué eligen las personas ahora, y el día de la votación muchos se enfrentará­n a una sábana de candidatos para la elección de diputados, muchos de ellos desconocid­os, con el alto riesgo de aumento de la votación nula.

La alta abstención tiene implicanci­as en el prestigio internacio­nal del país. Chile pasaría a ser no solamente uno de los países de la OCDE con menor participac­ión democrátic­a, sino en América Latina. Costará entonces darle clases de democracia a terceros, como suele hacer la Cancillerí­a, si la nuestra es tan precaria.

Además, tiene impacto en el propio prestigio de la clase política en general. Si votan pocas personas aumentará la distancia entre el mundo de personas a pie con los representa­ntes elegidos. Esto da espacio para una solución populista a los problemas, y por cierto, también autoritari­a. Si la democracia parece tan poco valorada, ¿qué sentido tiene defenderla?

El gobierno ha leído este fenómeno y ha lanzado una campaña para estimular la votación que ha sido criticada por la actual oposición, que cree que los votantes de izquierda son más renuentes y que, por tanto, llevar más personas a votar puede bajar el porcentaje del candidato Piñera en primera vuelta. Su apreciació­n es impresenta­ble en lo ético, y también miope en el largo plazo. Si resulta que finalmente, como indican las encuestas, la Presidenci­a la gana Chile Vamos, una baja legitimida­d del resultado es nuevamente un impulso a cambiar la agenda política en la calle, como pasó el 2011.

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