UN ESTADO LAICO PARA TODOS
SEÑOR DIRECTOR
Agustín Squella no está de acuerdo con la interpretación que hago de su tipología (en la entrevista que me hizo La Tercera el domingo pasado), que distingue entre un Estado religioso y un Estado laico. Lo que está en juego no es solo de interés académico o intelectual, sino una cuestión de gran relevancia para la vida cotidiana de quienes habitan nuestro país.
En su tipología Squella rechaza –acertadamente- la posibilidad de que un Estado democrático como el nuestro sea confesional o antirreligioso. Sin embargo, tanto su distinción, como su llamado a elegir entre un Estado religioso y uno laico son confusas. El Estado laico al que aspiramos debe ser neutral, para valorar y fomentar todas las concepciones comprehensivas de bien de sus ciudadanos. Promover, facilitar, apoyar y financiar los deseos de vida buena de los chilenos (opciones religiosas, deportivas, artistícas, políticas) es un deber del Estado laico y democrático. El Estado no deja de ser laico y neutral porque valora positivamente las tradiciones religiosas (comunidades pentecostales, bailes religiosos, la religión mapuche) o seculares (el nacionalismo republicano, los movimentos ecológicos, el desarrollo científico, los movimientos feministas y de género). No deja de ser laico por ser multiconfesional (pues no hay una religión oficial) o, eventualmente si se diera el caso, pluriétnico (si en su territorio existen varias etnias o pueblos).
Cuando concluye su carta de ayer afirmando que “es obvio que individuos religiosos preferirán un Estado de ese tipo (religioso) y que individuos sin religión se inclinarán por uno laico”, muestra lo equívoco de su distinción: un Estado Laico, en los términos que he planteado debe ser igualmente valorado por todos sus ciudadanos, sean religiosos o arreligiosos. Eduardo Silva Arévalo SJ Rector Universidad Alberto Hurtado