Acertado reflejo cultural
Robar a Rodin es un documental que sorprende gratamente, tanto por ser capaz de capturar tan bien la idiosincrasia de una nación, como por lograr sacar risas, incluso carcajadas, de los hechos presentados y del interminable desfile de insólitos personajes, puntos de vistas y dobles discursos que pueblan sus imágenes.
Revisemos los hechos. En mayo del año 2005 se abría con orgullo en el Museo Nacional de Bellas Artes una exposición del escultor Auguste Rodin. A los pocos días era robada la escultura El Torso de Adele. La consternación pronto pasaba a alegría cuando la obra era retornada por un estudiante de Arte, quien clamaba había hallado la escultura en las inmediaciones del Parque Forestal. No pasó mucho tiempo hasta que las contradicciones en el relato del supuesto héroe del día, Luis Emilio Onfray, fueran demasiadas y quedara en evidencia que el autor del robo había sido él mismo.
Construida en base a entrevistas, recreaciones e imágenes de archivo, Robar a Rodin cuenta con un muy buen trabajo de montaje, gracias al cual se van haciendo contrastes entre las acciones descritas por los implicados –fiscales, abogados, amigos de Luis Emilio, artistas y teóricos nacionales e internacionales– y lo que realmente ocurrió y cómo se fueron tergiversando los hechos. Porque lo que se inició como un acto impulsivo de Onfray, terminó convirtiéndose, para efectos de la defensa y la propia narrativa personal, en una osada acción de arte.
Recordando a ratos el cine documental del norteamericano Errol Morris, por su gusto por los personajes extraños e inadaptados, aunque con un discurso mucho más cercano al de Exit Througt the Gift Shop, dirigido por el artista y activista político Banksy, en el cual se preguntaba, entre otras cosas, qué hace que una obra de arte califique como tal, Robar a Rodin logra exponer de manera inteligente todo el tercermundismo presente en nuestro ADN. Desde las declaraciones del entonces Ministro de Educación, Sergio Bitar, quien solo está preocupado por el costo político del robo, pasando por el hilarante (sin pretender serlo) abogado defensor de Emilio Onfray, capaz de crear las más enrevesadas narrativas del porqué del actuar de su cliente, hasta el mismo Onfray, quien cambia, adapta y rehace su discurso dependiendo de la ocasión.
A medio camino entre una comedia de equivocaciones y un drama costumbrista, Robar a Rodin crea un divertido y descabellado fresco de nuestra realidad y de cómo somos y funcionamos como país.