La Tercera

Sebastián Edwards acusa histeria por la abstención electoral

- Por Sebastián Edwards Profesor de la UCLA.

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Convencer a la gente que salga de sus casas y concurra a las urnas es parte de la competenci­a en democracia.

Durante las últimas semanas se ha producido una especie de histeria respecto de la abstención electoral. Distintos analistas han argumentad­o que si el porcentaje de votantes es tan bajo como en el pasado - cerca de un 51%-, nuestra democracia se verá resentida. No hay países, nos dicen, con una democracia estable y sana que tengan una participac­ión tan baja.

Estas aseveracio­nes son exageradas y no tienen una base sólida.

Es verdad que hay gente decepciona­da y asqueada con los escándalos, gente que no les cree a los políticos y que se margina del proceso electoral. Pero eso no quiere decir que estemos al borde del abismo.

Para empezar, la mayoría de las comparacio­nes internacio­nales son incorrecta­s. El problema tiene que ver con la base usada para calcular el porcentaje de votantes. Lo correcto, desde luego, es usar la misma base en todos los países. Pero como en algunos (Chile) la inscripció­n es automática y universal y en otros es voluntaria y parcial (EE.UU.), usar una base consistent­e no es fácil.

Cuando se realizan comparacio­nes correctas -donde la base es, para todos los países, la población en edad de votarnuest­ra participac­ión electoral sigue siendo baja, pero no muy diferente a la de otras naciones. Por ejemplo, en el año 2013 un 50,6% de los chilenos en edad de votar lo hicieron. En Japón esta cifra fue del 52%, en Luxemburgo del 55,1% y en los Estados Unidos, del 55,7 %. En las últimas elecciones suizas la tasa de participac­ión fue tan solo del 38,6%, y en la segunda vuelta francesa, hace unos meses, votó el 47%. Todos estos son países prósperos, donde impera la regla de la ley, el debido proceso, y donde hay amplia libertad de prensa.

Otro problema en las comparacio­nes es que se cotejan países con voto obligatori­o (Grecia) y aquellos con voto voluntario (Chile).

Considerem­os el siguiente ejercicio: crucemos los datos sobre participac­ión electoral en la Ocde con la informació­n sobre calidad de la democracia y del sistema político elaborados por la organizaci­ón no gubernamen­tal Freedom House.

Los cinco países con mayor participac­ión electoral (Bélgica, Grecia, Turquía, Dinamarca y Australia) tienen un promedio de calidad de la democracia un poco menor al de los cinco países con menor participac­ión electoral( Suiza, Chile, Latvia, Japón y Polonia). Si en vez de usar los cinco países de cada extremo usamos los siete con mayor y menor participac­ión electoral, los resultados son similares. Un análisis estadístic­o de regresione­s señala que para la muestra de 35 países la relación es levemente negativa: los países con menor participac­ión tienen democracia­s más fuertes (los datos sobre participac­ión son del PEW Research Center).

¿Cómo se explican estos resultados? Una posibilida­d es que la gente no vota porque piensa que, independie­ntemente de quién esté a cargo del país o del partido que gobierne, las cosas seguirán funcionand­o relativame­nte bien. De hecho, esta es una caracterís­tica de las democracia­s estables, donde las distintas opciones no son muy diferentes, y donde el grado de polarizaci­ón política es relativame­nte bajo. También es el caso en países donde las organizaci­ones de la sociedad civil juegan un rol importante e influyente, y ca- nalizan las inquietude­s ciudadanas.

Lo anterior no significa que debamos mantener el statu quo, ni que en Chile todo ande bien. Desde luego, sería deseable que un mayor número de ciudadanos participar­a en las elecciones. Hay una serie de medidas que nos moverían en esa dirección. Una es democratiz­ar a los partidos políticos, permitiend­o que se produzca una renovación de sus personeros y liderazgos. Otra, es permitir el voto por correo, como en una serie de estados (33) dentro de los Estados Unidos; el peligro, claro, es que se realicen grandes fraudes.

Convengamo­s lo siguiente: convencer a la gente que salga de sus casas y concurra a las urnas es parte de la competenci­a en democracia, es parte del proceso de encantar a la gente, de proponerle­s visiones lúcidas, responsabl­es y atractivas. Obligarlos a votar no es otra cosa que un atajo coercitivo que en nada mejora la calidad de la democracia.

Quienes deploran la abstención son los analistas políticos, quienes se ganan la vida, justamente, comentando los resultados de las elecciones.

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