Simplismo en la campaña de Piñera
En el comando de Piñera se está realizado una labor exitosa, enfatizándose sus capacidades económicas y de gestión, incluso incorporándose un vocabulario más político, hablándose de una nueva transición. Sin embargo, se capta, en algunos de sus miembros, un importante error de diagnóstico.
Es lo que acusa una columna de Gonzalo Cordero, vocero del comando (La Tercera 1/11/17). Él repara en que, según las encuestas, la Nueva Mayoría ha perdido apoyo. Esos resultados, sugiere, se deben a que “el país prefiere por amplio margen la oferta de progreso que ofrece el mercado, a la de la redistribución del estatismo” (sic). Por eso, infiere, “la llamada batalla cultural muestra buenos auspicios para un nuevo gobierno de la centroderecha”.
La argumentación contiene un salto lógico y una reducción.
El salto consiste en suponer que el rechazo en las encuestas al decadente gobierno de la Nueva Mayoría implica la pérdida de hegemonía del discurso de la izquierda. De lo primero no se sigue, sin más, lo segundo. Una ideología sí puede mantenerse hegemónica pese a las fallas y la pérdida circunstancial de adhesión de quienes la encarnan.
Los cambios ideológicos no son procesos que acontezcan en períodos tan breves como cuatro años. Probablemente, lo que haya tras la pérdida de apoyo de la Nueva Mayoría sea, en parte fundamental, resultado de una muy mala gestión y una candidatura presidencial deficiente. Pese a Bachelet y a Guillier, es posible constatar que el discurso izquierdista se encuentra firmemente arraigado en extensos sectores, tanto del Frente Amplio cuanto de la Nueva Mayoría. Y él es hegemónico en los foros libres, así como en los movimientos estudiantiles y sindicales.
Ahora, al leer al vocero de Piñera, nos enteramos de que ese discurso será, además, incontestable, en la precisa medida en que se desenvuelve en un nivel del que Cordero -y eventualmente el comando al que representa- se está restando.
La mirada del vocero es, además, altamente simplista. Pues lo que él entiende como “batalla cultural” o disputa ideológica es extrañamente entendido no como un enfrentamiento de visiones del país, sino como lo que parece ser la defensa de la economía, de “la oferta de progreso que ofrece el mercado”, frente a quienes proponen limitarlo.
Cordero luce suponer que para gobernar no se requiere de un discurso ideológicamente sofisticado y basta con insistir en la economía y la gestión. Pero ese fue, precisamente, el problema del primer gobierno de Piñera: las positivas cifras no le alcanzaron para hacerle frente a la izquierda en el nivel político en el que ella discutía. Esa deficiencia fue un factor decisivo, que le permitió a esa izquierda oponerse eficazmente al gobierno y triunfar en las elecciones presidenciales.
No es con cifras, ni con “la oferta de progreso que ofrece el mercado”, que se puede discutir pertinentemente contra quienes reparan en que la participación en asamblea constituye una forma de la plenitud humana, muestran las diversas maneras de alienación a las que puede conducir el mercado y buscan superar tal alienación mediante la instauración de derechos sociales universales
El economicismo no es aquí la respuesta. Habría que recordar lo que evocaba el poeta: “Una nación no es una tienda”. Sólo en un esfuerzo reduccionista puede terminar la política siendo entendida de una manera tan sesgada como la defensa, en definitiva, de lo que “ofrece el mercado”. La integración nacional, la participación comunitaria y política, la superación de las formas más graves de alienación, la manera en la que se vinculan los chilenos a su territorio, el modo en el que se construyen las ciudades, son aspectos involucrados en el despliegue humano que trascienden la dimensión del mercado. Mientras no se repare en el estatuto específico de estos asuntos, más todavía, mientras no se cuente con una visión nítidamente política del país, la centroderecha no podrá entender diferenciadamente la situación nacional.
Estamos, entonces, en riesgo de que el énfasis en el buen manejo económico y la postergación de la política, junto con ser la eventual carta de triunfo de la candidatura de Piñera, se convierta en lo que sepulte a su gobierno, junto con la viabilidad de un proyecto propiamente político de centroderecha.