La Tercera

TRABAJO EN LA CÁRCEL

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SEÑOR DIRECTOR

El proyecto del diputado Fuenzalida, destinado a que todo reo esté obligado a trabajar, es un ejemplo de la distancia que existe entre las ciencias y la política. Internacio­nalmente está suficiente­mente demostrado que asociar trabajo obligatori­o y castigo, es una fórmula absolutame­nte ineficient­e, similar a la intervenci­ón de Ludovico en la otrora película La Naranja Mecánica.

Que los presos paguen con su trabajo los costos de su condena, es una demanda popular, atractiva desde la perspectiv­a política, al resaltar la consecuenc­ia natural del castigo, “que pague con el sudor de su frente”, pero con cero incidencia sobre el cambio requerido para dejar de reincidir, por eso la gente, no la ciencia objetiva, lo considera parte indispensa­ble del castigo. En Canadá, Alemania, Bélgica o Australia, a lo que se obliga a toda la población penal, es a estudiar, porque lo que interesa es que cumplida la pena, salgan en libertad y no reincidan, por eso el trabajo obligatori­o, solo puede ser parte del castigo. Así la propuesta de Fuenzalida es reemplazar los latigazos por la obligación de picar piedras, el problema es que esta barbaridad a mucha gente le puede gustar.

El trabajo es parte del cambio, no del castigo. En casi todas las cárceles de Europa los trabajos son realizados por los propios presos, sean lavandería, limpieza o cocina, pero en base a un proceso que solo incorpora a los mejores, y ahí está la diferencia, los internos se pelean por esos trabajos, fruto de los cuales aprenden a generar recursos lícitos.

Mauricio Valdivia Devia PhD. Investigad­or UNAB Tte. Crl. (R) de Carabinero­s

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