Las opciones de mañana
Mañana Chile enfrenta una elección presidencial crucial para su futuro. Ocho candidatos se disputan el cetro. De menor a mayor relevancia. El primero, está anclado en el estalinismo de mitad del siglo pasado. El segundo, está obsesionado por ese curioso movimiento que murió con su creador y que se llama socialismo del siglo XXI. Los 3 que siguen están disputando el cuarto lugar en forma estrecha y mañana sabremos quien logra ese premio de consuelo. Uno ha hecho de su candidatura a presidente una nueva profesión. No escatima ideas del más diverso origen para estar ahí. Como si la ambición de poder fuera anterior a las ideas que representa. Le sigue un candidato novedoso. Levantó la mano en la coalición de derecha para decir que no le gustaba la mezcla híbrida que ese bloque representa. Ha hablado claro y mirando a los ojos. Merece ser el genuino representante de esa derecha conservadora que requiere una voz directa y que se cansó de estar mezclada con la derecha más liberal en el clásico sentido de la palabra. Más abajo queda claro por qué le deseo que lo logre. Luego, viene una candidata que ha ido de peor a mejor. Siendo una fiel representante de la agenda del actual gobierno en todas sus reformas, entendió que había que retomar la bandera de la identidad del social cristianismo. Representa la herencia de la Concertación, esa alianza entre social cristianos y social demócratas que tanto bien le hizo al país por 20 años, pero que ya no va más. La candidata que viene es otra novedad positiva de la política chilena. En el proceso de involución de la izquierda, emerge esa transformación socialista que viene con cara joven y recetas viejas. Quieren cambiar la política chilena, hacerla más inclusiva y solidaria, pero con propuestas que han fracasado una y otra vez. El estatismo que representan puede y debe virar en U y retomar una oferta de izquierda viable hacia el futuro. Para ello, sus cuadros jóvenes deben recapacitar, reencantarse con la democracia representativa, abandonar la ilusión de reemplazarla con una democracia participativa, que siempre lleva al autoritarismo, y volver a revisar los textos de la economía de mercado, que muchos de ellos han estudiado pero han descartado demasiado temprano.
Y llegamos a los dos candidatos que después de mañana, y por 28 días, competirán por el cetro final. Dos proyectos demasiado distintos para estar indiferentes. Uno representa la continuidad del actual gobierno. Crítico de los partidos y a favor de un gobierno ciudadano, representa un quiebre con lo mejor de la democracia liberal representativa, la única que funciona. Una mezcla híbrida entre el populista socialismo del siglo XXI y del Estado de Bienestar. Busca una mayoría frustrada para acceder al poder y no comprende las claves del crecimiento en una economía de mercado. Demasiada confianza en la solución del Estado, de la aplanadora y la retroexcavadora. No tiene mucho que ofrecer al país.
Mi candidato no está en la papeleta. Pero sí puedo discernir que en esta crucial elección Chile tiene una buena chance de retomar el reencuentro y de avanzar hacia esa segunda transición que nos lleve al desarrollo con inclusión y cohesión social, que tanto ha proclamado ese gran intelectual y hombre público que es Alejandro Foxley. Chile requiere una transformación, una verdadera transformación capitalista que extienda a todos sus beneficios. Para ello el próximo presidente deberá poner su foco en esta nueva democracia de los acuerdos, y recordemos que se trata de acuerdos con los derrotados.
En su involución, la izquierda se dividió naturalmente entre quienes no debían seguir juntos. En su evolución, la derecha también deberá pasar su proceso de sinceramiento. El presidente no debe aceptar los condicionamientos de un mundo conservador, que desean imponer su modo de vida a los chilenos que no queremos vivir como ellos. Cómo se desgrana ese choclo es una incógnita, pero es un requisito de la nueva democracia de los acuerdos. Mi voto es para Sebastián Piñera.