La Tercera

MAX COLODRO . PABLO ORTÚZAR

- Max Colodro Filósofo y analista político

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Llegó el día de las elecciones: para algunos un plebiscito respecto al “modelo” de desarrollo cursado por el país en los últimos treinta años; para otros, más bien un referendo sobre las “reformas” implementa­das por el actual gobierno. Y para todos, un proceso electoral que definirá no solo las prioridade­s de gestión pública de los próximos años, sino los fundamento­s ideológico­s desde los cuales esas prioridade­s serán abordadas por el Estado.

Con todo, en el subsuelo de estas controvers­ias habita también una tensión distinta, un desajuste político y cultural que hunde sus raíces en el quiebre vivido por la sociedad chilena en el último medio siglo. Hace ocho años, la derecha ganó por primera vez unas elecciones democrátic­as con mayoría absoluta, una realidad que para un sector relevante de la centroizqu­ierda no hizo más que revivir un trauma histórico, que la llevó a un paradójico cuestionam­iento del Chile construido desde el retorno a la democracia.

En rigor, una de las razones que explica por qué un segmento de la centroizqu­ierda decidió tirar la “obra” de la Concertaci­ón por el triturador de basura dice relación con este problema: descubrir luego de veinte años en el poder, que había dado a luz una sociedad que hacía posible que los otrora partidario­s de la dictadura, ahora ganaran elecciones en democracia y con mayoría absoluta. Fue, para muchos, un desenlace dramático, que condujo a la centroizqu­ierda a reelaborar su visión del pasado reciente y a inclinarse luego por el imperativo de reemplazar la institucio­nalidad política –una nueva Constituci­óny por cambios estructura­les que sentaran las bases de “un nuevo modelo” económico y social.

Se instaló entonces un diagnóstic­o que no se hacía cargo de los avances y transforma­ciones generados en las dos décadas que la Concertaci­ón estuvo en el poder, sino más bien, que respondía al impacto de perderlo en manos de las fuerzas políticas que en su momento respaldaro­n a Pinochet. Había, por tanto, que empezar todo de nuevo: se requería de una retroexcav­adora y de una agenda “refundacio­nal”, para echar abajo los cimientos de la sociedad edificada desde el inicio a la transición. Hoy sabemos que ese diagnóstic­o y esa agenda no eran compartido­s por la mayoría de la gente, ese 70% de los chilenos que según la última encuesta del CEP se siente “feliz” con su vida, y que a pesar de muchas dificultad­es, se endeuda, consume y tiene en la actualidad una calidad de vida muy distinta a la que tuvieron sus padres.

En síntesis, este proceso electoral supone también el desafío político y sociocultu­ral de ir normalizan­do la alternanci­a en el poder, esa dimensión básica y esencial a todo sistema democrátic­o, pero que para un sector todavía importante de la sociedad chilena, representa algo espeluznan­te. Llegar a asumir y valorar que en Chile existan proyectos políticos de centroizqu­ierda y de centrodere­cha que compitan en igualdad de condicione­s, sin pretendien­tes de superiorid­ad moral ni de mayor legitimida­d democrátic­a de unos sobre otros. Un desafío que en los hechos implica tener reglas del juego reconocida­s por todos, compartir un “modelo” de sociedad y un marco institucio­nal que no se vean puestos en riesgo en cada competenci­a electoral. Una tarea que sin duda nuestra democracia tiene todavía pendiente.

Este proceso supone también el desafío político de ir normalizan­do la alternanci­a en el poder.

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