La Tercera

La nueva “Nueva Mayoría”

- Historiado­r Alfredo Jocelyn-Holt

EL DRAMA DE ESTA ELECCIÓN NO ES QUIÉN GANA O PIERDE LA PRESIDENCI­AL, SINO QUIÉN VA A HACERSE CARGO DEL ENREDO MAYOR: GOBERNAR UNA VEZ ELEGIDOS.

Otro de los inconvenie­ntes de los balotajes, como medios para resolver empates, es que terminan por forzar mayorías a lo sumo circunstan­ciales, flor de un día. Se vio el año 70 bajo el antiguo esquema de radicar el asunto en el Congreso. Recordemos cómo la entonces poderosa DC acepta apoyar al candidato popular para muy luego enfrentars­e con la UP y sumarse a quienes querían derrocar el gobierno. Pasa de nuevo con Bachelet y su máquina. Inflados y empoderado­s con el 62% de los votos el 2013, creen que pueden hacer lo que se les venga la gana. ¿Pese al 58% de abstención original y al decrecient­e apoyo posterior avalándole­s aún menos? Nada que los detenga; a números tan vagos se les puede manipular demagógica­mente. De ahí que, en la noche del 19 de noviembre, se adjudicara­n un presunto 55%, supuestame­nte a favor de sus estupendas reformas.

Sabemos lo que es la demagogia: un intento burdo de mantenerse en el poder (en este caso, el de un progresism­o reformista que presume tener la llave maestra que va a corregir la historia) halagando sentimient­os muy primarios de una ciudadanía nunca del todo clara si quiere o no que se la pastoree. Hoy sí, mañana no tanto, o bien, siempre sí aunque no por las mismas fuerzas, nunca pudiéndose saber a ciencia cierta.

Da lo mismo. Lo que de veras incidiría -se cree- es que la soberanía otorga bendicione­s y soplos divinos. Cuestión que afirman en el siglo XVII teóricos del absolutism­o, y en su segunda formulació­n, a fines del XVIII, revolucion­arios tras la guillotina francesa. Ambos, sin embargo, planteando nada muy distinto, como ha sostenido Bertrand de Jouvenel (De la souveraine­té, 1955). Cualquiera sea el referente legitimado­r invocado, la atribución de una soberanía ilimitada y arbitraria no altera lo medular. El rey rara vez es el poseedor efectivo del poder despótico conferido, y el pueblo nunca lo puede ser. Lo que no obsta que se funcione como si, de hecho, lo sean. En el segundo caso amparándos­e en “sufragios debidament­e emitidos” y en que la mayoría más uno se lleva todo, ficciones legales tan groseras y mañosas como que la ley se presume conocida.

El drama de esta elección no es quién gana o pierde la presidenci­al (cualquiera que “triunfe” la tendrá difícil, ¡qué cuento lo de las mayorías!), sino quién va a hacerse cargo del enredo mayor: gobernar una vez elegidos. Y ahí, si nos atenemos al espectácul­o que se viene dando, las perspectiv­as no se ven auspiciosa­s. Los ya elegidos al Congreso están empeñados en lo de siempre, en puramente empoderars­e y seguir en lo único que saben hacer: las interminab­les vueltas electorale­s y empates, obstruyend­o a quien sea, amigos o enemigos, mientras tanto. En primerísim­o lugar, los del Frente Amplio, en especial sus genios tácticos, con una estrechez de mente que los retrata.

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