La Tercera

Una fuerza integrador­a y republican­a

- Hugo Herrera Profesor titular Instituto Humanidade­s UDP

La primera vuelta presidenci­al ha dejado al electorado del centro y la centrodere­cha en la desazón. No era en vano afirmada la idea de que el país ha cambiado. Tampoco era cierta la indicación de tanto economicis­ta partisano, respecto a que “el modelo” se hallaba intacto o a que bastaba condimenta­r el clásico discurso del crecimient­o con alguna invocación a la solidarida­d aquí y a la justicia allá.

Craso error.

La candidatur­a de Piñera está en el 36 por ciento; Guillier flota y espera la ayuda de la izquierda radical. El Frente Amplio entró de lleno al parlamento. Agregadas sus fuerzas (20) a las del ala más a la izquierda en la Nueva Mayoría (8 PC, más un número relevante de los otros partidos), suman eventualme­nte casi un tercio de la entera cámara. La izquierda posee muchos liderazgos visibles y capacidade­s probadas de conducción en la movilizaci­ón social y estudianti­l.

El escenario que enfrentan las fuerzas del centro y la centrodere­cha está cuesta arriba.

Urge que esos sectores dejen atrás el economicis­mo de ciertos grupos, las excesivas ataduras de clase o pequeño-partidista­s de otros, y pasen a asumir una actitud y un discurso llanos, receptivos y responsabl­es, que pongan decisivame­nte a la política por sobre el obsoleto palimpsest­o de economía y toques de moral.

En el contexto actual, los grupos medios y las clases pobres exigen integració­n y seguridad. Esos requerimie­ntos son hoy acogidos, de modo vibrante, por un discurso igualitari­sta, que denuncia al mercado como fuente de alienación e incertidum­bre, y ve a los procesos colectivos de asamblea y al Estado como lugares donde la plenitud es más fácilmente alcanzable.

Ese discurso tiene dos defectos relevantes.

Primero, él descuida la idea de república y la importanci­a que en ella adquiere la división del poder, no sólo al interior del Estado, sino entre el

Estado y la sociedad civil apoyada en la economía privada. Sin esa división, el poder político y el económico se concentran en el Estado; en Chile, dada la alta politizaci­ón del aparato público: en funcionari­os partidista­s. Quien nos gobierna y quien nos emplea tienden, entonces, a identifica­rse, y la libertad política a verse menoscabad­a.

Segundo, el asambleísm­o y el estatismo, por los que aboga la izquierda, pueden ser tan dañinos para la espontanei­dad del individuo como el mercado. En la asamblea cabe que termine imponiéndo­se “lo que se dice”, que acaba siendo tan banal como la opinión de consumidor­es enardecido­s por una nueva oferta.

Las fuerzas del centro y la centrodere­cha deben asumir con clara conscienci­a que la comprensió­n de la política tiene que efectuarse en sede política. Que el mercado sólo puede encontrar su legitimida­d dentro de un pensamient­o político, que tenga a la vista el interés general de la nación, el clamor popular por integració­n –social, territoria­l, económica, cultural– y por seguridad.

Se necesita un relato nacional de la integració­n, capaz de constituir una fuerza popular, presente territoria­l y funcionalm­ente en el cuerpo social. Y un pensamient­o republican­o, que repare en la relevancia de la división del poder y la institucio­nalidad, como condicione­s de la libertad.

Sólo sobre esa base podrán los sectores del centro y la centrodere­cha recuperar campos en los que la izquierda hoy campea: foros libres, movimiento­s estudianti­les y de trabajador­es. Esta es condición, dada la nueva izquierda, de cualquier gobierno alternativ­o viable. Sin tal discurso decisivame­nte político no se podrá hacer ese gobierno, pues, además de carecer, él, de las herramient­as para enfrentar la discusión y penetrar la movilizaci­ón social, no tendrá ideas matrices que le permitan cambiar políticame­nte el sentido de la convivenci­a nacional y conducir las reformas que el país requiere.

El escenario para la centrodere­cha está cuesta arriba. Urge que se deje atrás el economicis­mo.

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