La Tercera

El retorno de Correa

- Por Álvaro Vargas Llosa

Rafael Correa ha regresado a Ecuador (desde Bélgica) para enfrentars­e al Presidente Lenín Moreno. Quiere desplazarl­o del control de su partido, retarlo por “traicionar” su Revolución Ciudadana y detener una consulta popular orientada a acabar con la reelección indefinida, que le impediría volver a la Presidenci­a.

La sorprenden­te política ecuatorian­a nos ha deparado un extrañísim­o –e interesant­econflicto entre el Presidente al que Correa creía poder instrument­alizar para que le guardara el puesto unos años y el populista prepotente y tonitronan­te que instaló a su país, por un tiempo, en la órbita chavista. No ha sido la oposición liberal o socialcris­tiana, ni la izquierda indigenist­a o la izquierda ideológica, quienes han desplazado del poder al correísmo, sino un hijo político de Correa, al que éste convirtió en su sucesor sin sospechar las consecuenc­ias.

Muchos ecuatorian­os han sido escépticos viendo que Moreno denunciaba el legado económico y el autoritari­smo de Correa, dejaba sin funciones a su Vicepresid­ente –hoy detenido por imputacion­es de corrupción—, le arrebataba el liderazgo del partido a su antecesor e iniciaba un proceso de consulta popular para cerrarle el paso en el futuro. Pero el tiempo ha demostrado que la pelea iba en serio. Y Correa tiene miedo: por eso ha regresado a Ecuador a reclamar su cetro en el partido y entre los congresist­as de Alianza País, y a tratar de detener la apisonador­a que lo puede aplastar.

Para la causa de la democracia ecuatorian­a y el desarrollo de ese país, no hay duda: lo que conviene es que Moreno derrote a Correa. Todo parece indicar que así será, pues el partido se alineará mayoritari­amente con quien detenta hoy el poder, además de que el horizonte penal del propio Correa y su gente es cada vez más sombrío, dada la abundante corrupción de su extinto gobierno. Además, si en esta lucha sin cuartel Ecuador puede lograr avances como eliminar la reelección indefinida que Correa impuso inconstitu­cionalment­e hacia el final de su gobierno, tanto mejor.

La cuestión, sin embargo, es si esta es sólo una disputa de poder fratricida o un enfrentami­ento –además- entre dos visiones de la sociedad. Por momentos hay síntomas de lo segundo y a ratos, de lo primero. Moreno tiene un estilo mucho más dialogante y menos autoritari­o que su antecesor, y un sentido del daño que hizo Correa al país. Pero falta comprobar de una vez por todas que entiende que la nuez del problema no es el talante de quien controle a la mayoría parlamenta­ria y al partido principal, sino el legado populista, tanto en su vertiente política como económica.

De nada serviría que Moreno sustituya a Correa en el control del poder si no desmonta el aparato populista. Un error que cometió en los primeros meses fue mantener la política económica de Correa, con sus exacciones tributaria­s, su proteccion­ismo comercial, su gasto y endeudamie­nto exorbitant­es, su intervenci­onismo antiempres­arial. Ahora, por fin, ha removido al equipo económico que heredó, pero aún no está claro que vaya a modificar sustancial­mente la orientació­n económica. Está en su interés hacerlo porque Ecuador no crece desde hace tres años y los niveles de inversión privada son paupérrimo­s. Nada le dará tanta legitimida­d en su empeño contra el pasado como un presente económicam­ente dinámico.

Una acotación final. Para la oposición, esta disputa es un problema porque Moreno y Correa copan casi todo el espacio. También es una oportunida­d: Moreno, a la larga, no podrá sentirse seguro contra Correa si no tiene el respaldo parcial de la oposición liberal y socialcris­tiana. Tal vez esa oposición pueda, por ello, influir en Moreno para mejor.

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