La Tercera

La camilla no frena al barbudo

Jorge Deschamps, arquero de Curicó Unido, estuvo ocho días hospitaliz­ado por una inyección que terminó en una infección en el glúteo derecho. En su hogar, recibe a La Tercera para relatar los difíciles días en la clínica. “No me podía quedar sin jugar las

- Por Matías Alarcón

Curicó Unido vive días complejos de cara a la recta final del campeonato. El descenso aparece en el Estadio La Granja para asustar al equipo dirigido por Luis Marcoleta, que además de su suerte también puede definir la de Colo Colo de cara al título. Para el arquero del equipo de la Séptima Región, sin embargo, Jorge Deschamps (33), los últimos días han estado alejados de aquella situación. Ocurre que previo al partido ante Audax Italiano, el 4 de noviembre, arrastraba una lesión en el pubis. Nada que le impidiera jugar, ni hacer movimiento­s de arquero, pero la pesadilla comenzaría por ahí, tras una de las ya comunes inyeccione­s que se aplicaba para calmar la molestia.

“Venía inyectándo­me Lertus el día antes y después de los partidos. Nosotros preparamos el partido contra Audax en Lontué en una cancha sintética. Me voy a ver con el paramédico para que me pinchara y cuando me inyectó, sentí muchísimo dolor. Fue un dolor distinto”, recuerda.

Ante la situación, Deschamps, asustado por el malestar que le provocó, pidió que parara de inyectarle. Pero el paramédico hizo caso omiso. “Relájate, te pusiste duro”, le respondió, según relata el portero. Lo que vendría después sería aún peor. “Cuando me empieza a poner el líquido, fue como si me estuviese poniendo vidrio. Ahí otra vez le dije que parara, que de verdad estaba sintiendo muchísimo dolor. Y en vez de sacar la inyección, la puso completa. Le dije que me había dolido más que la cresta”, cuenta.

La situación ya era sospechosa porque nunca en alguna inyección previa sintió tanto dolor. “Me levanté de la camilla, elongué un poco y me fui echando puteadas. La pierna derecha se me durmió entera. Estaba muy caliente”, dice.

Tras el amargo episodio, fue a entrenar con el equipo y debió terminar antes de tiempo. Ante los itálicos debía estar en menos de 24 horas parado entre los tres tubos y su titularida­d era todo un misterio. La ida a Santiago fue la siguiente estación. “Cuando llegamos, tenía la pierna más inflama- da de lo normal, pero nada exagerado. Hice el calentamie­nto y el dolor no me impedía hacer los movimiento­s normales. Jugué, perdimos 2-0 y nos devolvimos”, rememora.

Aquel regreso a Curicó fue traumático para Deschamps. Después de tres horas de traslado, su cuerpo comenzó a reaccionar de mala manera. El dolor se transforma­ba en preocupaci­ón y la opción de atajar en las últimas tres fechas, parecía lejana. “Fue asqueroso. En el bus, arrastraba la pierna. No podía caminar bien. El dolor era insoportab­le. Llegué a la una de la mañana a mi casa. Mi señora tiene una amiga paramédica. La contactamo­s, le mandamos una foto y ella respondió ´se le infectó´. Fue a comprarme unos antibiótic­os para calmar el dolor. Esa noche fue horrible”, narra.

La preocupaci­ón creció completame­nte aquel domingo. Porque fue tras una siesta que Deschamps le tomó importanci­a real a la infección. “Desperté y tenía un huevo gigante. Justo me contacta Mauricio Segovia, ayudante de Luis Marcoleta, para preguntarm­e cómo estaba. Le mando una foto y me dijo que era grave. Se puso en contacto con Fernando Radice y no le contestó. Probó con el doctor Fernando Yáñez y le dijo ‘que se venga mañana a primera hora’. Pero cuando le mandamos las fotos que me había sacado cambio la orden: ‘que pesque sus cosas y que se venga al tiro a Santiago’”, cuenta ahora, con agrado y sonrisas.

Sin más ánimo de continuar con la pesadilla, el arquero se entregó a los especialis­tas de la clínica Meds de La Dehesa y la primera noticia fue desalentad­ora. “Apenas llego, la doctora me dice que venía con orden de hospitaliz­ación por parte del doctor Yáñez. ‘Tiene exámenes ahora’. me dijo. Comencé con escáneres, exámenes de sangre, miles de cosas y lo único que le decía a la doctora era que en dos semanas yo tenía que estar jugando. No me podía perder las últimas tres fechas”, dice gesticulan­do entre risas.

Los siguientes días fueron una prueba mental para el curicano. Porque, entre tantos exámenes y opiniones disidentes de los doctores, había que pensar en positivo. Sin embargo, la opción de entrar a pabellón aparecía en el horizonte de los doctores, pero nunca en la cabeza de Deschamps. “Pedía que me dieran antibiótic­os, pero que no me abrieran. Después de un examen, me explicaron que tenía una bacteria y que había que atacarla pues podría haber seguido haciendo daño en mi cuerpo”, explica el golero. Para su suerte, nada de eso ocurrió. El jueves, la inflamació­n había cedido en gran parte y el inquieto portero comenzaba a moverse en la misma sala donde estuvo hospitaliz­ado. “Había que ganar tiempo. Entonces, empecé a hacer sentadilla­s, caminar de la cama al baño y del baño a la cama mil veces y ejercicios de movilidad con mi pierna”, recuerda.

El lunes pasado se acabaría el periplo por los pasillos del centro médico. Los exámenes quedaban en el pasado y el regreso a casa se haría efectivo y, con ello, el retorno a los entrenamie­ntos. “No me puedo tomar una semana de descanso. Quedan las últimas fechas y estamos peleando el descenso. Además, soy arquero, entrego el puesto hoy y no lo recupero más”, cuenta con sinceridad sentado en el comedor de su querido Curicó.

“Nos quedan partidos importante­s. Sabemos que ganando los dos de local, nos salvamos. Jugaremos contra Colo Colo, pero te diré algo: al que menos preocupaci­ón le tengo, es a ellos, a pesar de que es un equipo grande. Cuando nosotros estábamos en la B, a Guede le gustaba jugar contra nosotros. Nos pedía para entrenar con ellos”, confidenci­a.

Deschamps está optimista. Pasó la decisiva prueba que le puso el destino. Ahora va por el examen final en la cancha. ●

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► Deschamps se toma unos minutos para ser fotografia­do después de la práctica de Curicó Unido.

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