MARX SACUDETE EN TU CRIPTA
La voraz verborragia del dramaturgo Benjamín Galemiri y su lenguaje neobarroco plagado de citas cinéfilas, bíblicas, filosóficas y sexuales parecen recursos reiterativos y anacrónicos en Karl
Marx, Año Zero. La incontinencia de palabras y las alusiones irónicas del autor resultan banales para abordar las contradicciones de Marx. La puesta en escena a cargo de la directora Heidrun Breier intenta potenciar el texto con una sucesión de acciones y una estructura abierta sin eje ni columna vertebral que resulta arbitraria. En un escenario despojado, hay un piano con sus cuerdas destripadas y un coro de tres cantantes vistiendo poleras con el rostro de Marx e interpretando canciones de John Lennon y hasta de Luis Jara. Cinco disciplinados actores -Rodrigo
Lisboa, Samantha Manzur, Gonzalo Muñoz Lerner, Iván Parra y Emilia Cadenasso- presentan sus personajes en atriles y luego lanzan panfletos y arrastran un carro de supermercado con globos tricolores, mientras detrás da volteretas un personaje disfrazado de Hombre Araña (Eduardo Herrera) que resulta ser un mendigo similar al fallecido Divino Anticristo de la calle Lastarria.
El texto no intenta resucitar al filósofo alemán ni sus teorías económicas. Duplicando la fórmula de El coordinador y Edipo asesor,
Marx es sólo un pretexto para una repetida alegoría de la transición chilena donde “un presidente socialista enriqueció a los empresarios” y la “whisky-izquierda administra las riquezas de la derecha” a punta de facturas falsas.
Las torrenciales didascalias -antiguas acotaciones del dramaturgo al director y actoresson lo mejor del texto. En su gusto por la adjetivización, Galemiri bautiza su obra como un drama eléctrico/chileno y transforma al autor del Manifiesto Comunista en candidato presidencial de Chile y a Engels en un multimillonario viñamarino. Parece un exceso pero Engels fue un magnate textil que alimentó a Marx y familia. Y este no llegaría a ser quien fue sin el apoyo de tres mujeres invencibles: su aristocrática esposa Jenny, su hija Eleanor y Helene, la sirvienta con quien tuvo un hijo no reconocido, fallecido en el anonimato en 1929. Precisamente, el monólogo de la sufriente empleada es el más potente de la obra. A pesar de la potente carga simbólica e histórica del personaje, este Karl Marx de Galemiri no es amenazador ni divertido.