La Tercera

Una gobernabil­idad transforma­dora

- ABIERTO Carlos Ominami Economista

Alejandro Guillier puede ser el próximo Presidente de Chile. El “no a Piñera” podría bastar para ganar la elección pero no para gobernar Chile. Tampoco es suficiente definirse como simples continuado­res de la obra del actual gobierno. El impulso reformador que le imprimió Michelle Bachelet es innegable y será su legado para la historia. Pero, en lo inmediato no hay que olvidar que las reformas son imperfecta­s y que su respaldo popular ha decaído. Es cierto, la gratuidad en la educación superior se transformó en consenso nacional. Urgido por sus necesidade­s electorale­s y contra todo lo que había dicho, Piñera transformó en casi unánime algo que era objeto de ácidas disputas. ¡Bien por Chile y gracias a la democracia y a las elecciones! Aquí ya no hay vuelta atrás.

Pero, otras dimensione­s de la reforma educaciona­l son controvers­iales, la reforma tributaria deberá perfeccion­arse y la legislació­n laboral adecuarse para extender la negociació­n colectiva y responder a las transforma­ciones que genera la introducci­ón masiva de la robótica y la inteligenc­ia artificial. Asimismo, en el ámbito constituci­onal lo esencial está todavía por hacer. Por otra parte, es imprescind­ible recuperar la inversión y sustentar sólidament­e el crecimient­o. Estamos en consecuenc­ia frente a la necesidad de un nuevo proyecto y de una nueva mayoría que lo respalde.

Un triunfo electoral requiere de una mayoría social y política que lo proyecte. Una cuestión urgente será la generación de respaldo parlamenta­rio en un Congreso más fragmentad­o que el actual. Para ello, la relación con el Frente Amplio será clave. Está descartado que entre al gobierno. Su identidad y proyección futura no son, por ahora, compatible­s con una participac­ión gubernamen­tal que implica asumir responsabi­lidades, disciplina de coalición y reparto de cargos.

Pero, ¿por qué no pensar en un pacto de gobernabil­idad para hacer avanzar un conjunto de grandes reformas? Así por ejemplo, en la Cámara de Diputados se podría estructura­r una mayoría clara (83 sobre 155) haciendo converger a los representa­ntes de la Fuerza de la Mayoría con los de la DC, Frente Amplio, Regionalis­tas, PRO e independie­ntes.

No ser parte del gobierno no implica necesariam­ente constituir­se en oposición. No tiene sentido definirse como tal a un Presidente al que se le pidió compromiso con reformas sustantiva­s para ser electo. De modo que si éste triunfa será porque una abrumadora mayoría del Frente Amplio votó por él. La actual experienci­a portuguesa es interesant­e. Gobiernan los socialista­s con el apoyo solo desde el Parlamento del Partido Comunista y del Bloque de Izquierda. Y las cosas han ido bien. Portugal va saliendo de su profunda crisis y retoma un crecimient­o equitativo.

En Chile, el Frente Amplio no debiera condenarse a la suerte del Podemos en España que con su obcecación por darle un zarpazo al PSOE terminó por hacerle el juego a Rajoy y sufrir un fuerte castigo ciudadano. El gran desafío para el progresism­o es la confluenci­a de la izquierda histórica con las fuerzas de los nuevos tiempos, cada una desde sus respectiva­s identidade­s.

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