La Tercera

Drama en Honduras

- Por Alvaro Vargas Llosa

Ocho años después de la crisis que provocó el chavista Manuel Zelaya en Honduras al violar la Constituci­ón para hacerse reelegir y provocar una intervenci­ón armada que lo expulsó de la Presidenci­a, ese país vuelve a las primeras planas. Otra vez Zelaya, infatigabl­e demagogo, está detrás de la violencia y la incertidum­bre que reinan en Honduras, ahora en torno al ajustadísi­mo resultado de las elecciones presidenci­ales del pasado 26 de noviembre.

Hay que admitir que, si bien Zelaya es un factor determinan­te en el caos de estos días, el actual Presidente, Juan Orlando Hernández, su adversario, tiene una alta cuota de responsabi­lidad. Todo empezó cuando, en 2015, unos diputados del Partido Nacional afines a él plantearon ante la Corte Suprema un recurso (al que se sumó el ex Presidente Rafael Callejas, del mismo partido) contra el impediment­o de reelección consagrado en la Constituci­ón. Una vez que la Justicia falló en favor del recurso, era inevitable el envenenami­ento político. No hay que olvidar que la expulsión de Zelaya del poder –con apoyo del Partido Nacional, además de un sector de su propio Partido Liberal- se había producido en 2009 precisamen­te por tratar de perpetuars­e en el cargo.

Zelaya, ni corto ni perezoso, ideó la respuesta perfecta: una “Alianza de la Oposición contra la Dictadura” que a la postre desembocó en la candidatur­a opositora, bajo ese rótulo, de Salvador Nasralla, hombre dócil al ex Presidente. El enfrentami­ento entre Hernández y Nasralla ha producido unos comicios muy igualados, cuyo resultado, ligerísima­mente favorable a Hernández, Nasralla no acepta. La respuesta ha sido la violencia, abiertamen­te impulsada por Zelaya y Nasralla.

Los observador­es tanto de la OEA como de la Unión Europea han advertido que el proceso está plagado de problemas y han exigido al ente electoral, cuyo escrutinio ha sido lento y algo confuso, revisar un buen número de actas. Con el 60% del voto escrutado, Nasralla llevaba una ventaja que luego se revirtió, inflamando la hoguera. Las explicacio­nes –especialme­nte el hecho de que los votos del interior, más inclinados a Hernández, tardaron en llegar a Tegucigalp­a, donde se había decidido centraliza­r el recuento de las actas— no han reducido las sospechas de juego sucio de los votantes de oposición. A la debilidad institucio­nal se ha sumado la demagogia incendiari­a de Zelaya y Nasralla, interesado­s en deslegitim­ar el proceso.

El escrutinio ha terminado y Hernández gana con 42,98% contra 41, 39% (no hay segunda vuelta en Honduras). Pero la oposición ha pedido revisar cuidadosam­ente algo más de cinco mil actas, algo que los observador­es respaldan. El problema, sin embargo, no es sólo ese sino algo que ya se puede anticipar: aún si esas cinco mil actas confirman el resultado, Nasralla y Zelaya no lo aceptarán.

Sabemos esto porque, una vez desatada la pugna en torno a los resultados, los observador­es internacio­nales lograron que ambos candidatos, el Presidente y el aspirante, firmaran un documento comprometi­éndose a aceptar el resultado final que diera el Tribunal Supremo Electoral. Sin embargo, poco después Nasralla retiró su firma, a instancias de Zelaya, su titiritero.

Hernández abrió, con su malhadado intento reeleccion­ista, una Caja de Pandora de la que han salido ingratas sorpresas. Ahora padece Honduras el embate de un chavista, Manuel Zelaya, armado con una poderosísi­ma arma moral – la denuncia de una elección que dice que le robaron a su pupilo- en una Centroamér­ica donde ya está eternizado en el poder Daniel Ortega y donde el FMLN pretende algo similar en El Salvador. El populismo es como el juego de Guaca-Mole (Whack-aMole en inglés): mientras más golpes le dés por un lado, más cabezas brotan por el otro.

Otra vez Zelaya está detrás de la violencia y la incertidum­bre que reinan en Honduras, ahora en torno al ajustado resultado.

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