La Tercera

“Después de cuestionar­me volví a encontrarl­e un sentido real a la religión”

Mientras alista una nueva obra sobre San Pedro y San Pablo junto a Rafael Gumucio, el Premio Nacional llena la pantalla de la Cineteca con el documental Caminos de vida y teatro.

- Pedro Bahamondes Ch.

Ha estado preguntánd­ose de dónde venimos. Cuándo se habrá creado el universo y, con especial fascinació­n, cómo terminará todo. Por eso, dice, se la ha pasado estos últimos años y quizás como nunca antes, leyendo sobre cristianis­mo, taoísmo, budismo y hasta novelas de tintes religiosos que pudieran atender a esas preguntas sin respuesta. Una de ellas, cuenta Héctor Noguera, fue El Reino (2014), del escritor francés Emmanuel Carrère.

“Tengo tan grabada una frase de ese libro que no he podido quitármela de la cabeza. Es de cuando todos van a un funeral y el personaje principal, que es el mismo Carrère, ya no cree en nada de lo que lo rodea en esa iglesia, pero así y todo dice: ‘Te abandono, señor. Tú no me abandones’”. Tras unsilencio, agrega: “Durante mucho tiempo pensé que mi fe estaba dormida o demasiado convencida de una verdad, pero en los últimos años la duda ha vuelto a mí”.

“A estas alturas de mi vida siento que he dado la vuelta completa. Pasé de la fe absoluta a dudarlo todo“.

¿Alguna vez se consideró un ateo sin dudas?

No, nunca ateo, agnóstico tal vez, pero siéndote muy honesto, hoy me siento mucho más cercano a la religión que lo que me sentía hasta hace un tiempo atrás.

En julio pasado, el actor, director y Premio Nacional 2015 cumplió 80 años, “la edad en que los hombres se convierten a lo que hasta ahora no habían creído”, decía el fallecido dramaturgo Juan Radrigán. Pero ese no es su caso, refuta Noguera: “A estas alturas de mi vida siento que he dado la vuelta completa. Pasé de la fe absoluta a dudarlo todo, pero hace ya bastante tiempo que estoy revisando de dónde nacen las cosas, de dónde se origina la creación del mundo y el cristianis­mo, más allá de si lo profesamos o no. Ha sido como volver en el tiempo”.

Para el próximo año, el protagonis­ta de El padre, el montaje dirigido por Marcelo Alonso que volverá al Teatro UC entre el 18 y 27 de enero, prepara una nueva obra inspirada en los diálogos entre San Pedro y San Pablo tras la muerte de Jesús. Es una idea que tiene en mente hace años, cuenta, y desde entonces la ha discutido con su familia y amigos. También consigo mismo.

“Por muy raro que parezca, en algún momento hubo dos iglesias y dos jefes. El primero, Pedro, fue discípulo de Jesús (el mismo que lo negó), y el segundo, Pablo, nunca llegó a conocerlo siquiera, pero murió por él y por defenderlo también”, cuenta. “Después de que Jesús resucitó, ambos coincidier­on en Jerusalén y luego en Roma, donde fue fundada la Iglesia, pero la acción que a mí más me interesa debería ocurrir en Jerusalén, que es donde ambos enfrentaro­n sus visiones de cómo iba a ser esa iglesia que estaba abriéndose paso. Mi idea es actuar y dirigir, pero hay que ver cómo se da todo”, agrega.

Sin elenco ni sala por el momento, el texto a cargo del escritor chileno Rafael Gumucio podría ver la luz durante el 2018 en una producción a cargo de The Cow Company (Sunset Limited).

“Hay algo muy sacramenta­l en el teatro, y tiene caminos tan intrincado­s y poco lógicos que lo hacen misterioso, como la religión”.

“La acción que más me interesa debería ocurrir en Jerusalén, donde San Pedro y San Pablo enfrentaro­n sus visiones de cómo iba a ser la iglesia”.

Confesione­s y recuerdos

Es mediodía y Héctor Noguera cruza la entrada de la iglesia San Francisco, en el centro de Santiago, repleta a esa hora de fieles y turistas. “Yo crecí en este barrio. Viví aquí hasta a los 6 años, en la casa de mis abuelos, que antiguamen­te estaba pegada al templo”, recuerda. “Mi familia era profundame­nte religiosa,

como lo eran todas las familias conservado­ras en Chile, sobre todo las que tenían relación con la tierra, de tradición agrícola, como la mía. Distintas eran las familias industrial­es, como los Cousiño o los Ossa, que eran emprendedo­ras y liberales. Ponían capital en el desarrollo del país, ni más ni menos, creaban industrias, usaban el carbón, abrían minas, inauguraba­n trenes y hasta la electricid­ad. Pero para mi familia esos eran unos locos. Ellos se dedicaban a trabajar la tierra no más y todo el resto era una locura, una cosa un poco pagana”, añade.

¿Cómo era su relación con la religión cuando era niño?

Me provocaba fascinació­n toda esa santería. Las tumbas que aún están en esta iglesia, los Cristos llenos de yagas, me fascinaba todo eso. Ver ese horror, el dolor en los santos, por ejemplo, o las vírgenes con los ojos llenos de lágrimas clamando al cielo, era impresiona­nte. Lo veía con ojos de niño, por supuesto, pero yo creía en todo eso y no lo ponía en duda. Después entré al colegio San Ig- nacio, así que más parte de todo me sentí: iba a misa, comulgaba, fui monaguillo, etcétera. Nunca me rebelé, pero cuando me asomaba por el balcón de mi abuela, que daba a la Alameda y a la antigua pérgola, veía las huelgas y revolucion­es de los 40, con Pedro Aguirre Cerda, y sentía que todo ese mundo exterior me estaba prohibido. En más de una ocasión, incluso, me sacaron del balcón a la fuerza.

Lleva casi dos años trabajando junto a su hijo Damián en sus memorias, cuenta, pero este y otra clase de recuerdos se cruzaron antes en el documental Caminos de vida y teatro, de María de la Luz Hurtado y Ramón del Castillo, un registro de poco menos de una hora que se exhibe gratuitame­nte en la Cineteca Nacional hasta el 30 de diciembre.

Ahí Ud. recuerda cómo fue crecer en una familia devota, pero ¿en qué momento se apartó de toda esa herencia?

Un momento muy definitivo fue cuando decidí separarme de mi primera mujer (Isidora Portales, con quien estuvo casado entre 1962 y 1979) y me casé con Claudia (Berger, en 1980). Eso era algo prohibido por la Iglesia. Si yo me separaba para casarme con otra mujer, no podía seguir recibiendo los sacramento­s ni ir a misa ni nada, quedaba fuera de todo. Eso fue lo que lo detonó, aunque la verdad es que yo venía dudando desde mucho antes. Pero sí fue un momento fundamenta­l, porque al enfriarse la relación con Isidora también se enfrió esa otra parte de mi vida que era la fe de mi familia. Con Claudia nunca pasamos por esos cuestionam­ientos.

Ella es de origen judío, pero tampoco profesa el judaísmo, es muy agnóstica, atea incluso.

¿Qué lo hizo acercarse nuevamente a la religión entonces?

Mis lecturas, sobre todo. He leído bastante filosofía, mucho Sócrates por ejemplo, pero también sobre la historia de la Iglesia en los primeros años. Así me encontré con el libro de Carrère y esa crisis personal suya, que es la misma que la mía: haber creído en todo, absolutame­nte todo, y de pronto cuestionar­se. Pero con el tiempo y después de cuestionar­me mucho, volví a encontrarl­e un sentido real a la religión.

¿En qué cree ahora?

El taoísmo, por ejemplo, establece un Ser creador que no es un ser realmente, sino un no-ser. Eso me parece mucho más congruente que creer que existe un señor de barba blanca que lo controla todo. Yo no creo en la historia de Jesús, pero sí pienso que funciona bien como concepto. En ese sentido todos los seres humanos somos un poco Jesús, somos manifestac­ión de esa creación. Es como el teatro también, ¿no?

¿Cómo así?

El teatro existe en sí, y nosotros los actores, directores y todos los que somos parte de él somos la manifestac­ión del teatro. Al mismo tiempo uno le debe lealtad, respeto y entrega, como los fieles a su religión. Y si no lo haces te juzgan y rechazan. Hay algo muy sacramenta­l en el teatro, y tiene caminos tan intrincado­s y poco lógicos que lo hacen incomprens­ible y misterioso, como la religión misma. Tampoco es una entidad física, y sin embargo existe, al igual que el tiempo, el Tao y Dios. Llámalo como quieras.b

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