La Tercera

Chilezuela o la incertidum­bre de lo político

- Por Hugo Eduardo Herrera

Usualmente nos hallamos viviendo bajo configurac­iones políticas estables, dentro de Estados con institucio­nes económicas, sociales, culturales más o menos asentadas. La estabilida­d, especialme­nte cuando ha durado décadas, lleva a que los pueblos y dirigentes tiendan a perder la perspectiv­a respecto a que toda estabilida­d política es una conquista. Hay una inclinació­n a olvidar el trasfondo de incertidum­bre sobre el que se instala la certidumbr­e de las institucio­nes.

Pero ese trasfondo es insuperabl­e; bajo la corteza institucio­nal siempre late la indetermin­ación tectónica. En medio de la más estable de las institucio­nalidades amenaza la insuprimib­le eventualid­ad de la crisis, la posibilida­d de la irrupción, desde las honduras del pueblo, de pulsiones no reconocida­s adecuadame­nte, la emergencia del conflicto.

El conflicto es inherente a lo político. Dentro de ciertos marcos, él es condición de la vitalidad de lo político. Permite dinamizar a las institucio­nes; adecuar, paulatinam­ente, el marco jurídico-político a la pulsión popular. El conflicto, manejado, hace practicabl­e el ir echando abajo, por la vía reformista, los constreñim­ientos institucio­nales que han devenido injustos y dañinos.

Sin embargo, el conflicto puede también desbordars­e y terminar sobrepasan­do la institucio­nalidad. Emerger, incluso, como enfrentami­ento violento, sea como ímpetu revolucion­ario o ímpetu reaccionar­io.

Por eso, el arte de la política está puesto ante el perenne desafío de evitar la violencia desbordada, por medio de la conducción de reformas que vayan superando los modos más dañinos de violencia institucio­nal y dando eficaz expresión a la pulsión popular, ofreciéndo­le caminos de plenitud y sentido.

Dos condicione­s deben, empero, cumplirse.

Por un lado, se requiere de un discurso diferencia­do, abierto a la novedad de lo nuevo. Dispuesto a reconocer la singularid­ad del individuo, su hondura existencia­l, la insondable alteridad del otro. Lamentable­mente, entre nosotros han venido predominan­do un pensamient­o economicis­ta y, ahora, un discurso asambleíst­a y de la deliberaci­ón pública, los cuales son, ambos, aunque por vías distintas, generaliza­ntes, muy poco diferencia­dos y atentos a la singularid­ad del individuo y la novedad de las situacione­s. Ni como individuo predominan­temente económico, ni como un agente eminenteme­nte deliberant­e de asamblea, se deja entender el ser humano sin ser gravemente reducido.

Por otro lado, es menester que el “artista político” mantenga plena lucidez respecto a las eventualid­ades entre las que opera al actuar en el campo político. Quien no repare en el carácter indetermin­ado de lo político, que lo político da para casi todo, Venezuela incluido, dictadura militar y populismo, paz armada y guerras civiles, abundancia y desnutrici­ón inclusos, no debiera dedicarse a la política. Mejor que oriente sus energías a la economía, el deporte, a hacer teorías dentro de los muros de alguna academia, a la numismátic­a, la filatelia, a tareas que ya supongan la instauraci­ón de institucio­nes políticas estables. Quien no asume las labores del político con clara conscienci­a respecto de las posibilida­des que afectan la vida política y al dramático trasfondo de indetermin­ación sobre el que se instala, es un irresponsa­ble.

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