DEBATE PRESIDENCIAL
SEÑOR DIRECTOR
Hasta ahora la campaña de segunda vuelta se había tratado de una especie de doble plebiscito: uno sobre Piñera y otro sobre Guillier. Y nos había obligado a concentrarnos en encontrar razones para votar contra alguien: “Yo voto por X para que no salga Y”. Los candidatos se habían movido en esa esfera, sus errores y desaciertos brillaban más que sus propuestas.
Esa era una cancha poco convocante y de márgenes. El debate por fin abrió una ventana distinta: las ventajas y diferencias de cada candidato. Guillier se vio confuso y en los trazos gruesos muy conectado con las emociones respecto de los abusos y asimetrías de poder entre ricos y pobres, pero tuvo el déficit del que peca la actual izquierda: una mezcla de buenismo en las intenciones e irracionalidad en las propuestas. Cual surfista, trató de dejar a todos felices: frenteamplistas, moderados y socialdemócratas. Y como suele suceder en estos casos, apuntar a todos lados no es darle en el gusto a nadie.
Piñera se vio más asertivo en las respuestas y consistente en los contenidos. Pero mantuvo su fragilidad para conectar con las emociones o sensibilidades de los votantes. Ni el pasado ni las cifras son causa suficiente para gatillar decisiones electorales. Su debilidad: el enredo en que se transforma cada vez que da una respuesta sobre la agenda valórica.
La oportunidad que generó el debate es poner la pelota en el piso: hoy la oferta se reduce a quién puede gobernar mejor. Y de eso se trata esta elección. Ya vendrán los tiempos en que esa demanda sea el piso y no el techo de nuestra democracia.
Sebastián Sichel