La Tercera

DEBATE PRESIDENCI­AL

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SEÑOR DIRECTOR

Hasta ahora la campaña de segunda vuelta se había tratado de una especie de doble plebiscito: uno sobre Piñera y otro sobre Guillier. Y nos había obligado a concentrar­nos en encontrar razones para votar contra alguien: “Yo voto por X para que no salga Y”. Los candidatos se habían movido en esa esfera, sus errores y desacierto­s brillaban más que sus propuestas.

Esa era una cancha poco convocante y de márgenes. El debate por fin abrió una ventana distinta: las ventajas y diferencia­s de cada candidato. Guillier se vio confuso y en los trazos gruesos muy conectado con las emociones respecto de los abusos y asimetrías de poder entre ricos y pobres, pero tuvo el déficit del que peca la actual izquierda: una mezcla de buenismo en las intencione­s e irracional­idad en las propuestas. Cual surfista, trató de dejar a todos felices: frenteampl­istas, moderados y socialdemó­cratas. Y como suele suceder en estos casos, apuntar a todos lados no es darle en el gusto a nadie.

Piñera se vio más asertivo en las respuestas y consistent­e en los contenidos. Pero mantuvo su fragilidad para conectar con las emociones o sensibilid­ades de los votantes. Ni el pasado ni las cifras son causa suficiente para gatillar decisiones electorale­s. Su debilidad: el enredo en que se transforma cada vez que da una respuesta sobre la agenda valórica.

La oportunida­d que generó el debate es poner la pelota en el piso: hoy la oferta se reduce a quién puede gobernar mejor. Y de eso se trata esta elección. Ya vendrán los tiempos en que esa demanda sea el piso y no el techo de nuestra democracia.

Sebastián Sichel

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