La Tercera

Cuando Palermo es Martín

Un mate, un silbato, una canción de Cerati o Sabina, una raqueta de pádel y un reloj que por cábala nunca se quita. Las empanadas y los asados nunca fallan. Retrato del técnico que puso a soñar a Unión Española.

- Matías Parker Castro

Son las 08.30 horas y Martín ingresa por el portón lateral del Santa Laura. No lo hace solo. Cada mañana, al volante de un Toyota RAV4 dorado, el ex futbolista arriba al reducto de Independen­cia junto al resto de su cuerpo técnico. Los cuatro vecinos de un edificio en Manquehue con Kenneddy. La música no puede faltar. Soda Stereo o Joaquín Sabina los acompañan durante los casi 25 minutos que dura el viaje.

Ya en Independen­cia, la radio se apaga. El Loco, como le llaman sus cercanos pero no sus dirigidos, se prepara para dirigir una nueva práctica. Está cerca de cumplir 18 meses desde que asumió en Unión.

Su arribo fue una revolución. Francisco Ceresuela, el presidente, apostó por un técnico de currículum pomposo, sobre todo como futbolista. Un gancho mediático. También su paso como entrenador por Godoy Cruz y Arsenal fueron tomados en cuenta. Y lo presentó así: “Será un compañero de ruta para llevar a Unión Española a nuevos escenarios, a reencantar­nos con la ambición de estar arriba. Buscamos volver a relanzar los sueños de grandeza que este club merece”.

Su estilo, opuesto al que marcó su carrera como futbolista, llamó la atención. Un tipo serio, siempre afeitado, el pelo pulcro y corto. Nada del look estrafalar­io. Le quedan, eso sí, los tatuajes. Cada mañana, deja de lado su vestimenta casual, para ponerse el short y la polera de entrenamie­nto. Vuelve a pisar la cancha, pero para dar órdenes, no para definir una jugada.

Sus instruccio­nes son claras. Su vozarrón se escucha en cada rincón del estadio. Siempre acompañado de su fiel escudero, Pato Abbondanzi­eri, a quien conoció en Boca Juniors y la selección argentina.

Palermo es directo. Saber llevar la vida con cuatro hijos lo ha ayudado a manejar un grupo de diferentes personalid­ades. Todos lo respetan. No existe nadie en el plantel que no admire su condición de ídolo deportivo. Más aún cuando cada cierto tiempo relata una hazaña o experienci­a vivida en su exitosa carrera. Le gusta tirar de anecdotari­o personal. Aunque intenta mantener distancia. Es Abbondanzi­eri el encargado de conversar más con los jugadores, conocer sus inquietude­s. Palermo se limita a estar al tanto de todo.

En los entrenamie­ntos, el Titán nunca deja de lado su mate y su silbato. Tampoco su reloj, que ya se ha transforma­do en una especie de cábala. Nunca se lo saca. No se involucra en los picados, pese a que públicamen­te repite que extraña ser futbolista.

En junio de 2017 su estadía en Unión Española casi se vio interrumpi­da. Recibió un llamado que alteró sus planes. Estudiante­s de La Plata, club argentino del cual se declara hincha acérrimo, lo puso en el listado de aspirantes para asumir la banca, tras el despido de Nelson Vivas. “Ojalá pueda ser DT de Estudiante­s, es mi sueño. Es un deseo, como hincha, volver a un club al que hace años no vuelvo. El tiempo dirá cuando me toque”, dijo. Pero no fue. Finalmente, no se movió de Plaza Chacabuco. El costo de su desvincula­ción (US$ 400 mil) y la elección de Lucas Bernar- di frenaron su vuelta al fútbol argentino.

Su vida en Santiago lo tiene feliz. Por lo menos dos miércoles al mes sale en la noche junto a su señora a comer a algún restaurant­e. Su hija de casi dos años, por quien Palermo se desvive, queda al cuidado de una babysitter. Extraña compartir con sus amigos del otro lado de la cordillera. De vez en cuando, alguno lo visita.

Su gusto por el fútbol-tenis le quita varias horas a la semana. Incluso, lo llevó a inscribirs­e con Abbondanzi­eri en el Mundial de Santiago 2017. Se proclamaro­n campeones. Recibieron un cheque de US$ 20 mil.

También juega al pádel, aunque no con la regularida­d que quisiera. En su país lo jugaba más, hasta con su amigo Mauricio Macri, el presidente de Argentina, a quien conoció cuando ambos estaban en Boca. El Titán siempre terminaba ganando.

Su manejo de grupo es admirable, dicen en el club. En Independen­cia nunca hubo tensión. Ni siquiera cuando el Rojo quedó eliminado en la Copa Chile ante San Felipe. Ni menos cuando Pinares dejó la institució­n a mitad de torneo. El DT organizaba asados, pero con condicione­s que debían cumplirse. Había que hacerlos fuera del Santa Laura para despejar la mente. Nunca faltaron las empanadas, en actividade­s que incluían a todos los funcionari­os de la institució­n.

El retrato de un personaje que casi siempre es Palermo, el futbolero mediático, pero que trata de no renunciar nunca a ser Martín, la persona discreta. ●

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