La Tercera

Corrientes de abuso

- Por Héctor Soto Crítico de cine.

Podrá tener 82 años –una edad en la que el mito de los años dorados de la vejez deja poco espacio para las cuentas pendientes del pasado- pero a estas alturas Woody Allen sabe perfectame­nte que ya nunca podrá librarse de las sombras de la acusación de abuso que le formuló Mia Farrow en 1992. Por más que la justicia y numerosos informes periciales de reputados criminólog­os y psiquiatra­s hayan desestimad­o una y otra vez los cargos en la compleja maraña del sistema penal estadounid­ense, tanto la actriz como Dylan Farrow, hija adoptiva suya y de Allen mientras fueron pareja, que ahora tiene 27 años, mantienen su terrible imputación y el es- cándalo vuelve a los titulares. Han pasado 20 años y el episodio reflota cada vez que alguna película de Allen aspira a un premio importante –dando lugar a una certera campaña para bloquear eventuales galardones- y ha reflotado ahora en el torrente de acusacione­s de abuso que tiene a poderosas figuras del cine, las artes, los medios y la política, no solo contra las cuerdas sino también en la lona.

Es imposible separar la acusación de Mia Farrow de la traición y el golpe humillante que supuso para ella la relación erótica y afectiva que Woody Allen inició a fines de 1991 con Soon Yi. La joven era la mayor de los diez niños –aparte de sus cuatro hijos biológicos­que la actriz comenzó a adoptar en forma un tanto compulsiva desde que se casó con André Previn. Aunque por ese entonces la relación del cineasta con Mia Farrow estaba desgastada, ellos nunca habían conversado la alternativ­a de la ruptura. Allen adujo después que con Soon-Yi Farrow Previn, su esposa desde 1997, jamás habían vivido juntos, que ella tenía una relación muy complicada con su madre adoptiva, que la joven –si bien tenía 35 años menos que élno era menor de edad, que ya estaba licenciada de la Universida­d de Columbia y que, bueno “el corazón quiere lo que quiere”, como él mismo señaló a la revista Time para explicar su conducta y apelar a una idea que ha rondado en muchas de sus películas.

¿Hubo delito en su conducta con Dylan o fue solo una infamia? La justicia nunca encontró pruebas del abuso y en distintos estrados exculpó a Woody Allen de todos los cargos que le hizo Mia Farrow. ¿Hubo deslealtad a ella en la relación con Soon-Yi? Sin duda que la hubo. ¿Traspasó Allen los límites de la prudencia? No hay cómo negarlo, por muy singular que haya sido todo: la relación que existía entre ambos, el hecho de que nunca hayan vivido bajo el mismo techo o que él jamás haya cumplido ni de lejos roles de jefe de hogar. En favor de Allen, a comienzos de 2014, uno de los hermanos de Dylan, Ronan Farrow, adoptado tanto por Mia Farrow como por él, defendió públicamen­te al cineasta, señaló que nunca había ocurrido el episodio del que lo acusaban, dijo que él había estado en el lugar donde supuestame­nte ocurrieron los hechos y afirmó que todo respondía a una desesperad­a manipulaci­ón emocional de la madre desairada sobre su hermana. Según él, no hubo día a partir del escándalo que en su casa no se practicara el lavado de cerebro.

Ese pudo haber sido el final. Pero no lo fue. Estos casos nunca terminan. Sin ir más lejos, Manohla Darguis en el New York Times despedaza Wonder Wheel, la última película de Allen, y concluye planteando que este señor fue acusado de abuso en 1993. Dice que a los críticos el dato se les olvida, pero que incluso esta película volvería a recordarlo. Todo un tema. ¿Revancha, confusión de planos, reparación postrera, posverdad? Sí, podría ser. Queda la duda. De lo que no cabe duda es que se trata de un signo de los tiempos.

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