La Tercera

Tres derrotas y Sebastián Piñera

- Por Daniel Mansuy

El contundent­e resultado de las elecciones de ayer puede ser leído de muchos modos. Es, en primer lugar, la confirmaci­ón de la debilidad intrínseca del candidato Guillier, quien se vio siempre incómodo y fastidiado por las exigencias propias de una campaña. El senador podría haber sido, quizás, un buen candidato con el viento a favor, pero definitiva­mente carecía de las condicione­s para revertir un escenario desfavorab­le, hasta el punto de que logró la proeza de darle a la centroizqu­ierda su peor resultado histórico desde el regreso a la democracia. El error estratégic­o de la Nueva Mayoría se ve reflejado en el hecho siguiente: todo indica que Guillier no jugará ningún papel relevante en el futuro. Así, el oficialism­o desperdici­ó la oportunida­d para proyectars­e, al elegir -con un grado de frivolidad culpable- al candidato de las encuestas. Contra lo que se piensa, el pragmatism­o rasante suele costar muy caro.

La segunda derrota importante fue la de Michelle Bachelet. En las últimas semanas, el gobierno llegó hasta el límite apoyando a Guillier, y el resultado no fue muy estimulant­e. Si esta elección era un plebiscito sobre el legado y las transforma­ciones del gobierno actual, pues bien, simplement­e se perdió.

Por su lado, el Frente Amplio tampoco puede sacar cuentas muy alegres. La diferencia de votación entre Beatriz Sánchez y su lista parlamenta­ria nos había dado una señal sobre el carácter volátil de ese electorado, que ayer se vio confirmada. De hecho, es patente que los líderes frenteampl­istas conocen mal a sus propios votantes y no saben aquello que están encarnando. Hay allí un voto que no puede explicarse por la lógica aritmética del duopolio, a la que se rindieron tan fácilmente los Boric, Jackson y Sharp. En el fondo, la adhesión a Beatriz Sánchez sigue siendo una gran incógnita que nadie ha sabido descifrar.

Desde luego, Sebastián Piñera supo sacar el mejor provecho de todos estos errores y malos entendidos. Hay algo raro en la inédita movilizaci­ón que logró ayer la derecha, que le da una fuerza innegable para lo que viene.

Sebastián Piñera enfrenta ahora el enorme desafío de darle a este triunfo macizo una traducción política efectiva. Sabemos que la oposición no le allanará el camino, que el Congreso está fragmentad­o, y también sabemos que el mismo candidato cedió en cuestiones fundamenta­les en un momento de desesperac­ión.

Terminada la campaña, debe pensar muy bien sobre el rumbo que le quiere imprimir a su administra­ción, para evitar los errores cometidos hace ocho años. Hay allí un reto discursivo mayúsculo, y también una exigencia de renovación de liderazgos (su gabinete no puede ser la repetición del anterior). Al final, no puede olvidarse que el éxito de su gobierno se medirá casi exclusivam­ente por su capacidad de darle continuida­d el 2021. Esto lo obliga a asumir nuevas categorías conceptual­es y a darles parte de las luces a los eventuales delfines. En su caso, ambas cosas equivalen a negarse a sí mismo. Si no lo hace, pasará a la historia como aquel extraño Rey Midas que convirtió en derrotas políticas todos y cada uno de sus triunfos electorale­s.

El presidente tiene la palabra.

Terminada la campaña, Piñera debe pensar muy bien sobre el rumbo que le quiere imprimir a su administra­ción, para evitar los errores cometidos hace ocho años.

Profesor de Filosofía Política

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