Un resultado que entrega un mandato claro
El país se ha pronunciado en favor de volver a las políticas y formas de gobierno que tan buenos frutos trajeron, rechazando el legado de la Nueva Mayoría.
La segunda vuelta de la carrera presidencial ha terminado con un resultado contundente en favor de Sebastián Piñera, el abanderado de Chile Vamos. Triunfó categóricamente con el 54,5% de los votos, aventajando por nueve puntos a su contendor de la Nueva Mayoría, Alejandro Guillier. Tras este resultado, otra vez el electorado ha sorprendido a analistas y partidos políticos, pues así como en primera vuelta se esperaba un holgado triunfo de la centroderecha -lo que no ocurrió-, en esta segunda ronda algunos anticipaban un resultado estrecho, casi voto a voto, lo que tampoco sucedió.
Han sido semanas muy duras, donde la campaña se caracterizó por tintes altamente polarizados y descalificaciones que dejaron un mal sabor. Sin embargo, el tono conciliador que se exhibió en la conversación telefónica entre la Presidenta de la República con el expresidente Piñera, recoge una buena tradición republicana. Digno de reconocimiento es también la actitud de Alejandro Guillier; sus felicitaciones al presidente electo y su compromiso para liderar una oposición constructiva, son gestos que deben ser altamente valorados, y que ayudan a descomprimir un ambiente marcado por la tensión.
Los resultados de ayer tienen una doble cara y marcan el inicio de un nuevo ciclo político. Por un lado, la centroderecha queda con un mandato muy claro para impulsar las reformas y correcciones que ha comprometido ante el país; por el otro, la Nueva Mayoría y el legado que con tanto énfasis defendió la propia Presidenta de la República y todo su gobierno, fue el gran derrotado en las urnas. Es simbólico que algunas de las figuras más emblemáticas de la actual coalición no hayan ocultado que se trató de una “derrota grave”, que adquiere mayor relevancia considerando que no solo hubo de remontar un pronóstico adverso en primera vuelta las fuerzas que no votaron por Chile Vamos sumaron casi el 55%-, sino también a la luz del intervencionismo electoral desbordado en que incurrió el gobierno.
El expresidente Piñera ha logrado una hazaña, porque consiguió por segunda vez en los últimos 54 años que la centroderecha vuelva al poder por la vía democrática, permitiendo una sana alternancia. Si en 2010 el sector llegó al poder producto de un desgaste de la Concertación, el triunfo que ahora cosecha adquiere una perspectiva distinta, considerando que había comenzado una nueva etapa de la mano de la Nueva Mayoría, una fuerza que se alzó sobre la base de un diagnóstico muy crítico del actual modelo, buscando su reemplazo por otro basado en el igualitarismo, derechos sociales garantizados por el Estado -con éste tomando un rol protagónico en desmedro de la iniciativa privaday en la lógica del abuso de los “poderosos”.
Bajo este nuevo prisma se impuso la lógica de la “retroexcavadora”, que aprovechando la mayoría parlamentaria que logró conquistar pudo impulsar un conjunto de reformas estructurales en el ámbito de la educación -escolar y universitaria-, el sistema tributario y el mercado laboral, favoreciendo la lógica del sindicalismo y la huelga. Estos cambios estructurales, y la desprolija forma en que éstos fueron impulsados -con leyes voluntaristas, muchas veces improvisadas y que desatendieron por completo sus efectos económicos- debilitaron gravemente los motores del desarrollo del país y polarizaron la política.
Aun cuando este ánimo de mayor izquierdización ha permeado en una parte del electorado, la mayoría ha optado en esta ocasión por un camino distinto, mucho más moderado, en sintonía con lo que fueron los mejores años del país en las últimas tres décadas, cuando el diálogo y el entendimiento entre gobierno y oposición fueron clave para sostener un modelo basado en la economía social de mercado, con políticas públicas bien orientadas que lograron notables éxitos en el campo social.
Aunque será necesario decantar con mayor profundidad los resultados de esta jornada, el hecho de que hayan votado del orden de 300 mil electores más que en la primera vuelta -incluso esta votación supera la que el propio Piñera logró en la primera vuelta de 2010 y superó el resultado conseguido por Michelle Bachelet en su regreso-, probablemente está explicado porque más gente se sintió motivada a votar para producir un cambio, algo sin duda saludable para el sistema democrático y que reafirma la noción de que cuando no hay buenos resultados, ello termina siendo castigado por el electorado.
La alta votación que el expresidente obtuvo en la zona norte -un bastión tradicional de la izquierdatambién entrega luces. Así, el 55% que Piñera logró en Atacama y el 53% que consiguió en Antofagasta, posiblemente estén correlacionados con el grave impacto económico que ha provocado la caída en la inversión minera. También es notable la altísima votación que el abanderado obtuvo en La Araucanía -62%-, donde no solo incidiría el factor económico -sin duda la región más rezagada de todo el país-, sino el grave problema de inseguridad que se vive en dicha zona a raíz del conflicto indígena.
También es un factor relevante que en comunas de alto caudal electoral, como La Florida, Puente Alto y Maipú, las fuerzas de Chile Vamos hayan logrado remontar respecto de la votación en primera vuelta. Las razones de ello deberán ser examinadas con más detalle, pero no cabe duda de que los factores que allí incidieron finalmente no deberían ser distintos del resto del país.
El impacto del Frente Amplio también deberá ser examinado con mucha más detención, pues en la Región de Valparaíso -uno de sus bastiones- Piñera también se impuso, y no siendo claro que el 20% que Beatriz Sánchez obtuvo en primera vuelta se haya endosado a Guillier, el verdadero peso electoral del bloque aún no termina de decantar.
Con el buen resultado en las urnas, y una fuerza importante en la Cámara de Diputados -aunque menos poderosa en el Senado-, el electo gobierno de Sebastián Piñera queda bien posicionado para llevar adelante el mandato expresado en las urnas, abriendo un nuevo ciclo político que debería tener como eje el entendimiento político y la recuperación del crecimiento. Al frente aparece una izquierda que, si bien mantiene un peso electoral importante, ha quedado fragmentada y no es claro cómo logrará rearticularse como nueva oposición. Lo que el país espera, en todo caso, es que el espíritu constructivo y de diálogo que hizo mención Alejandro Guillier termine prevaleciendo en dichas fuerzas. Un regreso “a la calle” y a la radicalización es justo lo que no se espera de ellas.