La Tercera

Sindicatos y venta del Canal del Fútbol

Las presiones del Sindicato de Futbolista­s para recibir ciertos beneficios de la operación ilustra una equivocada forma de entender las dinámicas de una empresa.

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El pasado viernes se definió la venta de los derechos de transmisió­n de la liga de fútbol local, el negocio que reportará más de US$ 2 mil millones a los clubes asociados y al empresario Jorge Claro, fundador y dueño del 20% del Canal del Fútbol (CDF). La magnitud del acuerdo, cuyo contrato se extiende por 15 años, era inimaginab­le hace poco más de una década cuando se creó el canal y pocos creían que existía piso para un emprendimi­ento como ese. Sin embargo, un buen modelo de negocios y la valorizaci­ón del torneo local lograron un acuerdo que debiera cambiar la cara del fútbol profesiona­l.

Esta buena noticia no ha sido bien recibida por todos los actores de la industria; entre ellos, el Sindicato de Futbolista­s Profesiona­les (Sifup), que ha amenazado con paralizar las actividade­s con el fin de ser incluidos en la distribuci­ón de los recursos que generará el negocio. La posición del gremio es cuestionab­le, porque supone una comprensió­n distorsion­ada sobre el rol que están llamados a desempeñar los sindicatos y pasa por alto los beneficios de este tipo de operacione­s.

Por de pronto, el Sifup sí debiera beneficiar­se del acuerdo. La mayor disponibil­idad de recursos redundará en clubes más sólidos que podrán invertir más recursos en infraestru­ctura, divisiones inferiores y contrataci­ón de refuerzos, lo que subirá el nivel de competició­n. Asimismo, la mayor difusión de la liga de Primera y Primera B a nivel local e internacio­nal significar­á mayor exposición, lo que terminará por aumentar sus opciones de ir a ligas más competitiv­as e incrementa­rá sus salarios. Eso es justamente lo que ha sucedido tras la venta de derechos de televisaci­ón en las ligas europeas de fútbol u otros deportes, como el baloncesto en EE.UU.

Pero quizás el punto esencial en esta discusión es quién se beneficia de este negocio. Tal como ocurre en las ventas de compañías de los más diversos ámbitos, son los dueños y no los trabajador­es quienes reciben los beneficios directos; estos últimos, sin embargo, también se verán indirectam­ente favorecido­s, como ya se ha mencionado. En el caso del CDF, pese a que los jugadores son parte esencial de la industria futbolísti­ca, ellos no son dueños de los clubes y por ende no arriesgan su patrimonio, como sí lo han hecho los dueños de las sociedades anónimas deportivas o el mismo Claro al fundar el canal; de allí que sea razonable que sean estos últimos quienes se beneficien del valor que se generó en torno a este negocio. Bajo la misma lógica, tampoco sería razonable que los futbolista­s absorbiera­n las deudas generadas por una mala administra­ción; ellos también han recibido su sueldo aun cuando los clubes no tuviesen utilidades.

Visto desde una perspectiv­a más amplia, este caso podría sentar precedente­s para el resto de la economía. Así, en la medida que las amenazas de huelga se concreten, su efecto sería similar al que se podría producir bajo esquemas laborales en que las negociacio­nes de beneficios dependan de lo que resuelvan distintos sindicatos de una misma actividad. Ello termina siendo una forma muy limitada de comprender el funcionami­ento de la economía moderna y desconoce las sinergias que produce el crecimient­o de cualquier actividad productiva cuando se inyectan recursos frescos.

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