La Tercera

La fuerza de Mariana

ELLA ES UNA EXPRESIÓN DE HONESTIDAD Y CONVICCION­ES QUE, EN ESTOS TIEMPOS TURBULENTO­S Y DE CAUDILLOS EGÓLATRAS, SON NECESARIAS PARA EL PAÍS.

- Alvaro Ortúzar Abogado

En la televisión o en los programas de radio su voz se escucha en un tono más bien suave, incomparab­le con la irritación que sus ideas provocan en algunos correligio­narios de la Democracia Cristiana. La crispación y molestia pudiera explicarse en lo que para ella parece ser el simple ejercicio de tres postulados del partido, hoy vigentes en sus estatutos: luchar por construir una sociedad justa y solidaria; hacer que el partido sea libre y tolerante y, tal vez la más importante, adherir sin reservas al humanismo cristiano, cuestión que constituye la esencia del ser democratac­ristiano.

En abril de 2016, el expresiden­te Ricardo Lagos Escobar escribió en memoria de don Patricio Aylwin un hermoso resumen de su personalid­ad, que es muy pertinente recordar en estas líneas. Dijo que a lo largo de su vida tuvo fuerza en sus conviccion­es, amplitud de criterio y gran tolerancia en sus ideas. Contó que don Patricio fue formado por un agnóstico masón y una ferviente católica y que de ahí aprendió el respeto por las diferencia­s y el entendimie­nto por la diversidad. Conoció también el servicio y la vocación pública, la importanci­a de las ideas y conviccion­es y la necesidad de luchar por ellas en beneficio de la sociedad.

No es extraño, entonces, que la vida de Mariana Aylwin tenga este sello tan directo y que en sus actuacione­s se advierta la marca vertical del ejemplo familiar y paterno y su propia vivencia como autoridad pública y ex Ministra de Educación, entre otros importante­s cargos.

Por otro lado, el PDC experiment­a hoy –al igual que todos los partidos que componen la Nueva Mayoría- un síndrome de agotamient­o político de graves proporcion­es. No solo han sido derrotados en las recientes elecciones presidenci­ales sino, peor aún, carecen de un ideario a futuro que ofrecer al país para los próximos años. En el caso específico del PDC, la situación puede ser más seria, pues se arriesgaro­n –sin un auténtico consenso- con una candidata propia, redujeron su participac­ión en el Congreso y perdieron senadores emblemátic­os y de gran carisma como Andrés Zaldívar e Ignacio Walker. En el desarrollo de la carrera presidenci­al fue demasiado evidente que desde dentro del partido hubo diputados y otros personeros que manifestar­on su apoyo sin reservas al candidato Guillier e impugnaron siempre a Carolina Goic, contribuye­ndo a su derrota y al desprestig­io del propio partido ante la opinión pública.

Es probable que en las próximas semanas Mariana Aylwin deba hacerse cargo de la demanda de expulsión del partido. No será, sin lugar a dudas, por haber transgredi­do los valores ni principios que lo inspiran, ni por haber faltado en su conducta a la rectitud en la búsqueda de una sociedad más libre, justa y solidaria. Para alguien que no es democratac­ristiano, como quien escribe estas palabras, ella es una expresión de honestidad y conviccion­es que, en estos tiempos turbulento­s y de caudillos ególatras, son necesarias para nuestro país.

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